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Alejandra Araya
por qué, pero se acordaba de la ronda infantil:
-Buenos días, su Señoría
-Mantantiru-liru-lá.
-¿Qué quería su Señoría?
-Yo quería la más bonita de sus hijas.
-¿Y qué oficio le pondremos?
-La pondremos de mucama.
-Ese oficio no le agrada.
-Mantantiru-liru-lá.
-La pondremos de princesa.
-Ese oficio no le agrada.
-Mantantiru-liru-lá.
Las ganas intensas de orinar la trajeron del viaje a su infancia. Corrió
al baño sorteando los escritorios y expedientes, al tiempo que su com-
pañera de trabajo decía entre risas:
-Niiiiiña, tenés cistitis.
Cuando a la casa de Meli llegó la noticia de que Sabrina estaba em-
barazada, se desató la boludoia, mezcla de boludez con paranoia.
-Hija de padres separados. ¡Qué querés también! Silvia dixit.
-Ves, ahí tenés, tanta noche, tanto boliche, esas son las consecuencias.
Dijo Horacio.
Lo paradójico era que Meli lo había hecho siempre a plena luz del
día: con su amigovio Emiliano en su casa mientras los padres estaban
de viaje y cuando gritó ¡Bingo! con Juez-Bigote Negro a la siesta en el
Juzgado.
-Ma, no vengo a almorzar, tengo que ir a la biblioteca a sacar unos
apuntes.
Se tomó el ómnibus en la Mendoza y Mitre. Sólo ella sabía cuál era
su destino. No había comido nada durante la mañana porque el médico
le dijo que fuera con más de dos horas de ayuno. Había estudiado coar-
tadas y posibles errores. Su libertad de decidir sobre su cuerpo era in-
alienable. (Un íntimo motivo me impide contar las horas que siguieron)
De regreso venía leyendo “El Nuevo Diario”. Opiniones y batallas
hasta las últimas consecuencias para darle un sí a la vida. ¿Qué vida?
¿La del bebé? ¿La de la madre? ¿Las mujeres no tienen vida? “Todo ser