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Miradas
-Gracias, quería que habláramos de lo que te comenté anoche, lo de
ponerme un negocio.
-¿Ah, hablabas en serio?
-Obvio, ¿por qué pensaste que no?
Horacio largó el discurso que ella ya conocía. Por la cabeza de Lu-
ciana pasaban miles de imágenes que en retrospectiva le devolvían un
pasado reciente y otro remoto. La luna de miel en Cancún, por ej, y
cómo ella hizo esnórquel y Horacio no quiso.
-¡No sabés lo bonito que se veía! Miles de peses de colores te pasaban
por al ladito y hasta los tocabas. Los corales parecen esponjas. ¡Es otro
mundo bajo el mar!
Horacio se había quedado en la barra de la playa. Sonaba la bachata
que interpretaban unos músicos que se reían todo el tiempo.
-Yo desde aquí miraba el agüita y me tomaba una cervecita. Jijijiji.
Luciana movió su cabeza para desprenderse del recuerdo y esfor-
zarse por escuchar a su marido que seguía hablando:
-Y no sabés cómo están en la oficina, hay un recorte de presupuesto
que ni te cuento. Para imprimir tuve que pedirle hojas al Gato Albornoz,
mirá a quién. Y yo que quería la re-categorización, por el título, viste?
Me dijeron que se va a demorar un poco. Lu, escuchame, con la plata
de la indemnización, compremos dólares y esperemos. No le metamos
mano al plazo fijo.
Poco tiempo atrás, Luciana se había operado los ojos porque siempre
usó lentes por su gran miopía. Fue una cirugía sencilla, pero el pos llevó
un tiempo. Al no ver nítidamente al principio, se ponía de mal humor.
Luego se fue acomodando al punto que ahora decía: “¡Años de no
verme la cara en el espejo cuando me levantaba! Manoteando los lentes
de contacto. ¡Cómo no me operé antes!”
-Ey, Lu, estás distraída, qué te pasa? ¿Me estás escuchando? Mi re-
categorización en el Estado, se va a demorar, por eso, mejor esperemos,
guardemos la indemnización, no son tiempos de tomar riesgos.
Riesgos, riesgos. Otra vez, la cabeza de Luciana de viaje al pasado.
-¡Qué arriesgada! Lu, te van a poner amonestaciones. ¿¡Por qué le
contestaste así a la vieja de Literatura!? En el recreo, sentadas en el patio
de la escuela, Luciana y su compañera Belén charlaban.
-Ella me quiere imponer su modo de ver las cosas. Yo leí el Martín
Fierro. Lo-le-í. La ida y la vuelta, todo, completito. ¡Ese gaucho se vivía
quejando! Era un vago que no quería laburar. No tenía códigos. Asesino
y desertor. ¡Flor de ejemplo!