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Alejandra Araya
-No, elegí vos, te espero en Havanna.
El casamiento de la prima de Horacio era en una quinta en Pocito.
Mucho compromiso con ella no tenían. Luciana no quería gastarse más
de $300. Por el problema del dólar y la inflación encubierta, las empresas
estaban haciendo recortes del personal y a Luciana la habían despedido.
Con la indemnización y un plazo fijo que le había regalado su padre
quería ponerse un negocio. Para empezar, venta de biju y algo de ropa.
Una vecina le había ofrecido un local a estrenar en el nuevo centro co-
mercial cerca de Ausonia y su hermano Arquitecto le daría una mano
con el diseño. Era cuestión de poner energía y tomar el desafío del pro-
yecto.
-¿Te ayudo en algo? Le preguntó la vendedora.
-Quisiera ver la lista de Castro-Molina.
-Sí, ya la vemos. Cualquier cosa, los regalos se pueden cambiar, eh?
Ningún problema.
La vendedora se esforzaba por ser amable y cumplir su objetivo: ven-
der. Y si vendía algo caro, mejor. Luciana quería resolver rápido el trá-
mite e ir con Horacio a tomarse un cafecito para seguir charlando de su
idea. Es decir que la mirada que cada una tenía sobre el hecho, era dis-
tinta.
-Si querés quedar bien, yo te aconsejo estas sábanas con este cubre-
cama haciendo juego.
-No, no, la verdad es que no quiero quedar bien, sólo cumplir. Lu-
ciana lo pensó pero en vez de eso dijo:
-Gracias por el consejo, con las sábanas está bien.
Fue la palabra consejo la llave que abrió el baúl. La había dicho de
manera natural, eso significaba que había hecho las paces con esa pala-
bra: consejo. Ya no sentía la bronca que le subía desde los pies cuando
su madre repetía: escuchá mi consejo, su padre: para mi buen consejo,
su abuela: los consejos de los viejos. Fue su abuela quien le dijo el día
de su casamiento: Lucianita, las mujeres tenemos que aguantar. Miró el
recuerdo con ternura y le dijo adiós con la mano.
Sentado en una mesa de la peatonal, Horacio esperaba. La tarde es-
taba fresca pero como fumador, prefirió sentarse afuera.
-¡Qué fresquete! ¿Cuándo vas a dejar ese cigarrillo?
-¿Elegiste?
-Ya elegí. Unas sábanas.
-Está bien, tampoco gastar la pavada. Lu, te pedí el cortado.
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