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Alejandra Araya
-A mí, con tal de aprobar, qué me importa. Le digo lo que ella quiere
escuchar y chau!
-Ves, no coincido con vos, Belén. Me chupa un huevo aprobar, yo no
vendo mis ideas. No voy a matar mis ideas.
-Eso lo dijo el chavón éste…
-Sarmiento, Belu, Sarmiento.
Luciana adulta volvió a mover su cabeza, esta vez con más fuerza.
-¿Qué te pasa?, dijo Horacio. Hace rato que estás dele y dele mover
la cabeza. Hace frío, vamos a casa.
No pudo contestarle porque en ese momento pasó Gonzalito, el elec-
troplomgacista que les hacía arreglos de todo tipo en la casa. Se había
recibido con honores en la UNC (Universidad Nacional de la Calle) era
Testigo de Jehová cosa de la que se enteraron un sábado que se les rom-
pió el flotante de agua.
-¡Gonzalito! ¡Qué alegría! Hace mucho que no te veíamos.
Gonzalito sonrió con ese ventanal abierto de su boca sin dientes y
con los ojos iluminados de alegría, dijo:
-Aquí ando, voy a Garbarino a comprarme un plasma. He cobrado
unos pesitos y me dije, yo me lo compro, así veo los partidos, la patrona
las novelas, los pendejos los dibujitos. Total, después de esta vida no
hay otra. Jajajajajajaja. Perdón, Señor. Jajajajajaja.
Los tres se saludaron. Gonzalito se despidió y Horacio comentó:
-¿Con esa plata, por qué no se pondrá los dientes?
Luciana-gesto de avosquéteimporta.
La tarde caía a pedazos. Horacio y Luciana cruzaban la Plaza 25. El
frío aceleraba los pasos de la gente. Cuando pasaron frente a la Catedral
donde se casaron, Horacio le tomó la mano y le dijo:
-¿Te acordás, Lu?
De pronto, Luciana miró el Campanil. Lo había visto miles de veces,
pero esta vez lo miró por primera vez.
-¡Tengo ganas de subir al Campanil! ¿Vamos?
-Estás loca, con el frío que hace.
-Yo subo.
-Dale, vamos a casa. ¡Qué te dio ahora por subir al Campanil!
-No he subido nunca.
-¿Y justo ahora se te ocurre? Dale, vamos.
-Sí, justo ahora. Quiero mirar la ciudad desde allá arriba.
-¿Querés ver cómo se ve la ciudad sin vos? Jajajaja. Yo me voy.