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Viernes 2 de septiembre de 2016
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ROBLEDO PUCH: LA INCREÍBLE HISTORIA
DEL MÁS TERRIBLE ASESINO
El
ángel
de la
muerte
corderoy Levi’s, remera a rayas, jean
sin cinturón con la cintura caída. En la
muñeca llevaba un Omega Speedmas-
ter y calzaba sus Adidas blancas.
Entraron en la ferretería Masseiro Her-
manos, de Carupá. Como siempre, re-
mataron de un tiro al vigilador. Luego
intentaron abrir con las llaves la caja de
caudales. Comenzaron a violentarla
con un soplete. Somoza trabajaba y
Robledo Puch vigilaba. Tras sopletear
varias horas, Somoza hizo una pausa y
se acercó a su compañero. Lo abrazó
desde atrás, en un gesto amistoso.
Ro-
bledo Puch se sobresaltó. Se dio
vuelta y lo mató de un balazo.
Des-
pués le quemó la cara con el mismo so-
plete. Robledo Puch terminó de abrir el
cofre, recogió el botín y se fue. Con
tanto apuro que dejó la cédula en el
bolsillo de Somoza.
La policía identificó el cadáver de So-
moza. Tenía un tiro en el corazón y la
cara horriblemente quemada con
fuego. Una comisión fue a la casa de
Somoza.
Una señora les dijo:
—¿Mi hijo? Ahora no está. Anda
siempre con su amigo, Carlos.
—¿Qué Carlos?
—Carlos Robledo. Le dicen “el colo-
rado”.
Ella les dio las señas de la familia Ro-
bledo Puch: Las Acacias al 200, Villa
Adelina.
Un coche de la subcomisaría Balnea-
rios llegó a las cuatro de la tarde a ese
chalet. Era el 3 de febrero de 1972.
Apenas habían parado cuando apare-
ció un chico en una motito.
—¿A quién esperan, señor?
—pre-
guntó Robledo Puch, desentendido.
—Pibe, ¿vos conocés a un tal So-
moza?
—¿Somoza? No, ¿quién es?
—Debe ser un amigo tuyo, porque
tenía tu cédula en el bolsillo.
La policía registró el chalet de los Ro-
bledo Puch y, escondido en un rincón
del piano, encontró el dinero de los
robos, así como dos revólveres calibre
32 y cinco calibre 22.
Lo subieron al coche y lo llevaron a la
comisaría. Carlos Eduardo Robledo
Puch al principio negó. Pero enseguida
confesó todo, haciendo gala de una
memoria excepcional. Recordaba cada
detalle y le reveló a la policía, algunos
robos que ni siquiera estaban registra-
dos.
Un juicio
que conmocionó a
Buenos Aires
Hasta entonces, la policía no había li-
gado estos crímenes entre sí. Forma-
ban parte de la trama del delito que
palpita en Buenos Aires. La simultanei-
dad de los hechos había ganado algún
espacio en los diarios: “Volvió a golpear
la secta del crimen en la zona norte”,
rezaba un título.
Fue detenido el 3 de febrero de 1972 al
encontrarse su cédula de identidad en
el bolsillo del pantalón de Somoza
. Re-
cién había cumplido 20 años.
Fue juzgado y condenado en 1980 a
reclusión perpetua por tiempo indeter-
minado, la pena máxima en Argentina.
Sus últimas palabras ante el tribunal de
la Sala 1ª de la Cámara de Apelaciones
de San Isidro fueron
“Esto fue un
circo romano y una farsa. Estoy con-
denado y prejuzgado de antemano”.
Llama la atención lo expuesto en la pe-
ricia psiquiátrica adjunta en el expe-
diente del juicio a Robledo Puch.
“Procede de un hogar legítimo y
completo, ausente de circunstancias hi-
giénicas y morales desfavorables”.
“Tampoco hubo apremios económi-
cos de importancia, reveses de fortuna,
abandono del hogar, falta de trabajo,
desgracias personales, enfermedades,
conflictos afectivos, hacinamiento o
promiscuidad”.
lll
Luego de su detención, la gente exigía
la muerte de Robledo Puch y lo agre-
dían físicamente. Crónica titula
: “El
pueblo intentó linchar al monstruo”.
Nunca un caso criminal conmovió tanto
a la sociedad argentina. Durante sema-
nas, toda actividad política, deportiva o
artística fue olvidada ante lo que ocu-
rría en Buenos Aires.
Sus confesiones llenaron durante
meses la crónica policial. Lo bautizaron
“El ángel negro”, “El tuerca maldito”,
“Cara de ángel”, “El muñeco maldito” o
“El Chacal”. Pero pronto la descripción
de tantos crímenes dejó paso a otro de-
porte: interpretar a aquel monstruo que
la sociedad había engendrado. Para al-
gunos, fue el representante de una
clase social parasitaria. Para otros, el
exponente de una juventud destruida
por anteriores generaciones.
Uno de los psiquiatras que lo revisó re-
cordó que
“ahora es un psicópata,
hace unos años fue un chico asusta-
dizo”.
Lo más sorprendente eran las
explicaciones que el propio Robledo
Puch daba.
“Un pibe de veinte años
no puede estar sin guita y sin
coche.”
¿Cinismo? ¿Provocación? ¿O
la cruda explicación de un mundo de in-
finita miseria?
“Tenía 20 años, era aparentemente un
chico común, perteneciente a una fami-
lia de clase media”, lo describió el juez
Víctor Sasson. No mostraba el aspecto
de un criminal convencional. Una re-
vista semanal lo interpretó a la luz del
psicoanálisis: Robledo Puch, decía Pa-
norama
, “es visto como el Mal con
aspecto de Bien y al horror real de
los crímenes se suma el de la fanta-
sía.”
Crónica explotó a fondo esa duali-
dad
: “Es niño bien, tiene 20 años,
carita de ángel, frío, feroz y cínico”.
Robledo
Puch, con 40
años y sin
poder salir de
la cárcel. Su
pedido de li-
bertad no
prosperó.
La madre de Carlos Robledo Puch, acompa-
ñada por el abogado que representaba a su
hijo que había sido recientemente detenido,
mostraba entereza y esperanza respecto a la
situación judicial. "Quiero que tenga la opor-
tunidad de ser alguien de bien", declaró, sin
imaginar que el chico de 20 años no volvería
a tener una vida normal.
Los jueces no olvidan que cuando el famoso
asesino fue condenado, en 1980, miró a los
jueces y les dijo: “Algún día voy a salir y los
voy a matar a todos”. Foto del archivo de la
cárcel de Sierra Chica.
Antes de huir con 400.000 pesos,
Robledo Puch disparó a la cuna
donde lloraba un bebé de pocos
meses.
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