1 gobernadores siglo XIX 2015 - page 70

Juan Carlos Bataller
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Del Carril y su esposa
El cuadro que pinta a Del Carril no quedaría completo sin su esposa con
quien compartió una historia plagada de amores y desamores y de si-
lencios
Salvador María del Carril y Tiburcia Domínguez y López Cemelo, eran
parte de la alta sociedad porteña cuando se casaron.
Él tenía 46 años,
ella apenas 17.
El mausoleo en la Recoleta, una construcción majestuosa en la que se
destaca un baldaquino, en forma de aguja coronada con la figura de
Cronos, Dios del Tiempo, es toda una escenografía de una novela sin
final feliz. la belleza arquitectónica no puede, o no quiere, disimular los
sentimientos encontrados.
Se lo ve a Salvador María del Carril, sentado en un imponente sillón,
dirigiendo su mirada hacia el horizonte y a sus espaldas Tiburcia Do-
mínguez, su mujer, representada por un sencillo busto.
Aunque Del Carril mejoró sus haberes tras su adhesión a Urquiza, adquiriendo
entre otros bienes una estancia de 130.000 hectáreas en la actual provincia de
La Pampa, el tren de gastos de su esposa resultó excesivo para la economía fa-
miliar. En un acto sorprendente, Del Carril publicó en los periódicos de Buenos
Aires una carta anunciando a los acreedores de su esposa que él no se respon-
sabilizaría de sus deudas. El ultraje llevó a que ésta le retirara la palabra hasta
el día de su muerte; en el mausoleo que mandó construir en el porteño cemen-
terio de la Recoleta, sus figuras se encuentran separadas. Del Carril está repre-
sentado sentado en un cómodo sillón, bajo un baldaquino de mármol obra de
Camilo Romairone; el busto de su esposa, por explícita instrucción de ella, fue
colocado dándole la espalda.
Cuenta la historia que Salvador María del Carril le reprochó a la joven
esposa, su compulsión a gastar. Ella, continuo como si escuchara llover,
y siguió comprando todo aquello que le apetecía.
Él, enfurecido, optó por publicar en los diarios de la época, una solici-
tada en la que dejaba bien en claro que no se haría cargo de las deudas
contraídas por su esposa.
Justamente, en ese punto, finalizó la historia de amor. Ella decidió
nunca más dirigirle la palabra.
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