Juan Carlos Bataller
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dida. Sus tropas de caballería, artillería e infantería estaban esperando
con el cañón bala en boca.
Como siempre sucede en San Juan
, al lado de cada sanjuanino ambi-
cioso hay que ponerle otro sanjuanino celoso para que lo traicione.
Y
desde San Juan los enemigos de Yanzón habían informado hasta sobre
los más pequeños detalles del proyecto.
El choque se produjo en la localidad de Pango, en la madrugada del 5
de enero de 1836.
Fue un desastre completo para los intrusos invasores.
En pocas horas, todo había terminado.
Varios soldados sanjuaninos fueron muertos.
Y los que quedaron se desbandaron en distintas direcciones.
El primero en hacerlo fue el propio Yanzón que a galope tendido huyó
hacia Jáchal. Desde allí se internó en la cordillera y pasó a Chile.
Tanto fue su escarmiento que nunca volvió a San Juan.
La única noticia que se tuvo de él fue en 1842 cuando se dijo que había
muerto asesinado en acción de guerra en Santa María, Catamarca.
La Rioja invade San Juan
Pero la historia no terminó allí.
Rosas estaba indignado. Otro tanto ocurría con el gobernador mendo-
cino Pedro Molina.
Pero los que realmente estaban ofendidos eran los riojanos.
El gobernador Villafañe, al que Yanzón consideraba un
“imbécil de
pocas luces”,
llamó al comandante Brizuela. Y pronto se pusieron de
acuerdo.
—Hay que darles un escarmiento a los sanjuaninos. Vamos a invadir
la provincia.
El general Tomas Brizuela se puso al frente de 700 hombres y, acompa-
ñado por el ministro Rincón, se vino.
En San Juan, a todo esto, las noticias habían llegado antes que los rioja-
nos y la preocupación era generalizada.
Como ocurre normalmente, los más poderosos o ricos se pusieron a