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EL SIGLO XX EN SAN JUAN
na frase lo resume todo: sólo el cielo
estaba intacto. Una ciudad con un
área edificada de 200 kilómetros
cuadrados estaba destruida.
De un instante a otro se necesitó
construir 10 mil viviendas, cientos de escuelas,
los edificios públicos, las iglesias, los locales
comerciales, las cárceles...
La primera pregunta parecería obvia: ¿Por
dónde comenzamos?
Pero había otra, aún anterior: ¿Adónde lo
hacemos?
Porque el primer gran debate fue si se
reconstruía la ciudad en el mismo sitio o se la
trasladaba.
Recién dos meses después del sismo llegó
a San Juan el ingeniero Fernando Volponi con
un equipo de colaboradores y 14 camiones
que contenían máquinas necesarias para
hacer un estudio de suelo.
Luego de varias semanas de trabajo el
estudio estuvo listo y descartaba el traslado de
la ciudad. De las zonas estudiadas, la central
que abarcaba el Valle de Tulum, era la más
segura en cuanto a comportamiento del suelo.
El desastre se debía, fundamentalmente, al
tipo de construcción existente. Había que
construir en el mismo lugar pero respetando
las normas sismoresistentes.
Pero no sólo contaban las opiniones
técnicas.
Cuenta Horacio Videla que “sobre una
ciudad en desgracia se posó un enjambre de
rostros barbados con gorra y pipa que se
decían urbanistas y paisajistas, para dar
rienda suelta a sus lucubraciones imposibles:
olvidarán pronto sus doctrinas, partiendo sin
dejar rastros, con una explicación despectiva
para explicar su fracaso: San Juan no sería
nunca más que una gran aldea”.
La presencia de estos hombres y estas
ideas profundizó el debate en toda la sociedad,
especialmente en los sectores dirigentes.
Una entidad privada, la Comisión Pro
Reconstrucción de San Juan, presidida por
Bartolomé Del Bono, impuso su criterio: la
ciudad debía quedarse donde estaba.
Las razones fueron muchas: todo el
territorio provincial es zona sísmica, por lo
tanto, está igualmente expuesto a un sismo
semejante
al
ocurrido.
El
actual
emplazamiento tiene el declive apropiado, con
ventaja para desagües cloacales y pluviales.
Tiene una altura de tierra apta en su superficie
para la implantación de árboles, tal como lo
exige una ciudad moderna. El ripio del
subsuelo de da solidez al terreno. Está abierto
a todos los rumbos, facilitando las
comunicaciones y accesos ferroviarios y
carreteros. Los pavimentos, hormigón armado,
red de teléfonos y las redes de agua estaban
intactos.
Habían pasado varios meses. Llegaba la
SE PENSO EN TRASLADAR LA CIUDAD
LOS AÑOS 40
En los años ’40 cambia el tipo de inmigración. Ya casi no hay
inmigrantes de origen árabe y disminuyen las otras etnias.
Pero la industria de la construcción —eran los años de la recons-
trucción de San Juan— atrae a gente muy calificada y con fuerza
empresaria.
Son los años en los que se establece Amado Giuliani y su esposa
Beatriz Giaccaglia, a la que conoce en el barco. También se radica el
ingeniero Fernando Volponi nacido en Italia pero que vivía en Buenos
Aires, especialista en sismología.
Para dictar clases en la facultad de Ingeniería llegan dos ilustres
profesores, Klement Leidhol y Federico Rochna y procedente de
Buenos Aires viene el ingeniero Germán Dates, hijo de holandeses.
Cuatro sobrevivientes del Gran Spee se radican definitivamente en
la provincia: Erico Trella, Gerbard Schwenke, Federico Bachmann y
Erich Heinnel.
Por aquellos años también se radican Sumbland y Clausen y la
familia Tewel, polacos que había llegado al país en el 30 pero se
asentaron en San Juan en el 40.
Sobre el final de la décana llega el relojero Giuseppe La Mattina, el
sastre Silvestre Perna y Edgardo Venchiarutti, que se dedicó a la cons-
trucción. También lo hace don Emmo Dall Acqua quien con Alves
fundaría el café Soppelsa.
Desde Urbino llega Eugenio Benedetti, que instalaría los Talleres
Italia, el siciliano Andrés Brussotti y José Russo.
Y en octubre de 1949 se radica en San Juan el padovano Sergio
Boggian, fundador de una gran empresa sanjuanina, el siciliano Emilio
Camillieri que se dedicaría al negocio maderero y desde Polonia llega
don Juan Puleri.
Desde España siguen llegando algunos inmigrantes, entre ellos los
Morillas, los Del Huerto, Llarena, Sirera, Olalde, del Pie, Valladares,
Gálvez Arenas, Quevedo, Verón y Herce.
Prácticamente, la inmigración masiva había terminado. Aunque por
diversos motivos continuarían asentándose familias, como los cons-
tructores Diamante Giuliani y Arrigo Armani; Giuseppe Andreussi (que
llegó en 1951), Giovanni Biaggio (1952) el romano Gaspar Sottile que
vino en 1966 y se dedicó al comercio y otro romano que pronto
adquiriría fama: Francesco Paolini.
FIN DE LA
INMIGRACION
MASIVA
El símbolo de
la
reconstrucció
n de
San Juan:
hierro y
cemento,
hormigón
armado.
Hoy es la
ciudad más
segura del
país. Para la
tarea de
reconstrucció
n vinieron
profesionales
de todos
lados y se
llegó a contar
con el
personal más
calificado en
la industria
de la
construcción.
U
LA CONSTITUCION
DE 1949
La Cámara de Representantes constituida en Asamblea
Constituyente, adaptó en abril de 1949 la Constitución Provincial a
los principios que sustentaba la reformada Carta Magna nacional.
Muchos de los preceptos que contemplaba la Constitución
Nacional ya habían sido introducidos por la Constitución
sancionada en 1927 por Cantoni.
El nuevo documento extiende a seis años el periodo de
gobierno no pudiendo ser reelecto el gobernador en forma
inmediata.
Mantiene, como lo sanciona la Constitución del 27, la existencia
de una sola cámara legislativa como así también las garantías en
materia de seguridad social. Agrega el reconocimiento a los
derechos del trabajador, de la familia, de la ancianidad y de la
educación.
Esta Constitución tuvo vigencia hasta 1950 cuando, con un