LA REVOLUCION DEL ’34
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JUAN CARLOS BATALLER - EDGARDO MENDOZA
LOS AÑOS 30 - SUCESOS
quella mañana del 21 de febrero de 1934,
ningún suceso extraño advirtió la proximi-
dad de la lucha.
Al mediodía, el tráfico se intensificó por la
salida de los empleados de comercio.
Algo rutinario.
Pero entre esa gente que volvía a sus casas para la
siesta reparadora cuando el sol apretaba en el verano
sanjuanino, había gente armada. Y pronta a actuar.
A las 12,30, el encargado de avisar hizo la seña con-
venida desde la casa de esquina de la farmacia Chiarulli,
en General Acha y Rivadavia.
Era la señal de que el gobernador, Federico Cantoni,
se disponía a salir de la Casa de Gobierno, ubicada en la
calle General Acha, frente a la plaza 25 de Mayo.
Federico subió al automóvil, mientras el jefe de
Policía, León Tourres y algunos custodios subieron a otro
coche. En momentos en que los autos partían sonó el
primer disparo. Enseguida el coche de Cantoni fue acribi-
llado a balazos.
Aldo, que permanecía en la Casa de Gobierno, hizo
cerrar las puertas y ordenó repeler la agresión mientras el
auto del gobernador aceleraba por la calle General Acha.
Casi al llegar a la calle Laprida, el auto de Cantoni se
detuvo. Desde la Casa de Gobierno ya disparaban contra
los atacantes y estos intentaban guarnecerse. Torres hizo
detener su auto y revolver en mano bajó a la calzada.
Inmediatamente fue alcanzado por numerosos disparos
que le acribillaron el cuerpo.
A todo esto, sus acompañantes sacaron a Cantoni
–que estaba herido en la cabeza y en la cadera- y lo intro-
dujeron en la casa del doctor Rodríguez Riveros, que por
casualidad estaba abierta.
En un primer momento, Aldo Cantoni pensó que se
trataba de un atentado contra el gobernador. Era mucho
más: se trataba de un alzamiento revolucionario.
El tiroteo se había generalizado en las cuatro esquinas
de la plaza y distintos puntos de la ciudad. Los revolucio-
narios dominaban la situación y los cantonistas defen-
dían posiciones en distintos edificios.
No era una lucha cualquiera. Desde la Casa de
Gobierno sonaba el golpetear de una ametralladora mien-
tras el tiroteo era infernal y hasta se arrojaban bombas.
Pronto el terror se adueñó de los sanjuaninos que
desesperaban por la suerte de familiares a los que alcan-
zó la revolución camino a sus casas.
Los revolucionarios habían organizado todo cuidado-
samente durante mucho tiempo. En la calle podía “oler-
se” el clima de tensión. Pero, curiosamente, pocas previ-
siones había tomado Cantoni.
El jefe del movimiento era Oscar Correa Arce y la junta
revolucionaria estaba integrada por dirigentes de distin-
tos sectores políticos, mayoritariamente del partido
Demócrata: Santiago Graffigna, Juan Maurín, Honorio
Basualdo, Carlos Basualdo, Indalecio Carmona Ríos,
Onías Sarmiento, Rogelio Driollet, Arturo Storni, Dalmiro
Yanzón, Amado Molina, Alejandro Garra, Alejandro
Cambas, Pablo Campodónico y Aristóbulo Alvarez.
A la tarde el aspecto de la ciudad era el de un campo
de batalla, atronado por la descarga de fusiles y la explo-
sión de bombas. Los revolucionarios se habían apodera-
do del Colegio Nacional desde donde disparaban a la
Central de Policía, ubicada en Tucumán y Santa Fe.
También atacaban el Cuerpo de Bomberos, desde la
esquina de Tucumán y Córdoba, la comisaría Primera,
ubicada en Mitre y Alem y la Segunda, en Jujuy y 9 de
Julio. En esta última la lucha era feroz. Los efectivos poli-
ciales defendían el sitio mientras eran atacados desde un
negocio ubicado en la esquina de enfrente donde los
revolucionarios habían hecho trincheras con bolsas de
harina. Tras una larga lucha la comisaría cayó.
A todo esto, Aldo Cantoni se comunicaba telefónica-
mente con el jefe del regimiento, general Ramón Jones
pero este respondía que no podía intervenir “hasta recibir
órdenes superiores”. Todas las conversaciones eran
escuchadas por los revolucionarios que habían ocupado
la central telefónica.
Aún se seguía combatiendo en la Central de Policía y
en el Consejo General de Educación que estaba defendi-
do por un grupo de cantonistas que, enterados de los
sucesos, llegaron sin armas pero encontraron en el local
un verdadero arsenal. Atrincherados en el edificio y dis-
parando desde las ventanas, entre estos bloquistas esta-
ban Largacha, Varesse, Sancassani, Muriel y un joven que
luego sería gobernador peronista: Eloy P. Camus
A las 23 y cuando la lucha había decrecido en su
intensidad, en medio de la oscuridad entró a la ciudad el
general Jones con el 15 de Infantería. Dos toques de cla-
rín se escucharon, en medio de la expectativa generaliza-
da.
Jones pidió hablar con el jefe de los revolucionarios,
Correa Arce. Luego entró a la Casa de Gobierno y pidió la
entrega de las armas. Aldo Cantoni y sus seguidores fue-
ron sacados con custodia mientras los revolucionarios
festejaban.
Treinta muertos e innumerables heridos fue el saldo.
La provincia fue intervenida una vez más y los revolucio-
narios fueron detenidos hasta que se sancionó la amnis-
tía. Cantoni ya no ganaría más elecciones: en los siguien-
tes comicios, realizados el 22 de julio, Juan Maurín sería
electo gobernador.
A
Cantoni herido
En esta fotografía
aparece Federico
Cantoni herido en la
cabeza. Fue tomada
luego de los sucesos
del 21 de febrero de
1934 y junto al
líder bloquista, se
observa a su hermano,
Elio Cantoni
La Junta Revolucionaria del ’34
Esta foto fue tomada en el Distrito Militar San Juan, donde los integrantes de la junta revolucionaria estaban detenidos bajo el
cargo de sedición. Parados: Alejandro Garra, Honorio Basualdo, Alejandro Gamba, Alberto Graffigna, Pablo Campodónico,
Aristóbulo Alvarez, Indalecio Carmona Ríos y Carlos Basualdo. Sentados: Pedro Manrique, Onías Sarmiento, Juan Maurín, Rogelio
Driollet, Oscar Correa Arce, Santiago Graffigna, Arturo Storni, José D. Yanzón y Armando Molina.