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EL SIGLO XX EN SAN JUAN
LOS AÑOS 40
enustio Carelli cursaba en 1944 el
quinto año de medicina en la provincia
de Córdoba. En enero se encontraba
de vacaciones en su provincia.
El sábado 15, a las 6 de la tarde, había partido en
tren hacia Mendoza para jugar un partido de
básquet. Momentos antes de llegar a la vecina
provincia, los pasajeros sintieron que el tren sufrió
un estremecimiento pero no los alertó mayormente.
Cuando los jugadores se encontraban en la
cancha, el pedido de un minuto de silencio por el
terrible terremoto que había sacudido minutos
antes a la ciudad de San Juan, los puso al tanto de
la realidad.
El joven Carelli llevaba consigo su carnet de
estudiante de medicina. Se trasladó al comando de
auxilio en Mendoza, presentándose al médico a
cargo y le dijo: “Yo soy sanjuanino. Soy estudiante
de medicina. He hecho la clínica médica y
quirúrgica y estoy en condiciones de prestar ayuda
a mis comprovincianos”. Encontró en ese hombre
tan buena voluntad que puso a su disposición una
am-bulancia cargada de medicamentos, un
enfermero, una enfermera y un chofer. A las 2 de la
madrugada del domingo 16 partió para San Juan.
Carelli llegó a nuestra ciudad directamente al
hospital Rawson, donde el gran patio servía como
playa de atención, en la que se ubicaban los
heridos acostados en el suelo. En su transitar por el
patio reconoció a mucha gente vecina y amigos que
solicitaban su ayuda para encontrar familiares o
para socorrer a sus heridos. Allí, en el hospital,
demoró un par de horas. Entregó la ambulancia,
salió del hospital y caminó por la avenida Córdoba
rumbo a su casa, ubicada en Santiago del Estero
entre Córdoba y General Paz.
Tuvo allí la visión de la desgracia y la
desesperación, a la luz del día de ese domingo. No
era el San Juan que había dejado horas antes. Ese
San Juan ya no existía. Su hermano Carlos había
muerto bajo los escombros. Sobreponiéndose al
mo-mento cubrió el cadáver de su hermano para
evitar que las cuadrillas lo trasladaran a la fosa
común o a las piras humanas y se dirigió a su casa
a llevar la terrible noticia. Consiguieron trasladar el
cuerpo al hospital Rawson, donde se improvisó una
morgue que ya tenía mil cadáveres. Los cuerpos
permanecían expuestos allí durante dos días a la
espera de ser reclamados. Pasado ese tiempo eran
llevados a la fosa común.
Testimonio recogido por
Patricia Pelaytay y Susana Tello
para el libro “Y aquí nos quedamos”ed
Desde Chile también se envió ayuda aérea. En
uno de esos viajes capotó un avión y murió su tri-
pulación. Cuatro barrios sanjuaninos recuerdan
hoy con sus nombres a aquellos solidarios
hermanos: Doctor Hugo Bardiani, Enfermera
Medina, Capitán Eduardo Lazo y Mecánico
Eduardo Mella.
Todo el país se conmovió ante la noticia
mientras en San Juan seguía temblando y
continuaban los derrumbes.
Llegó también el momento de hacer las cuentas.
El 90 por ciento de las viviendas estaban
RECUERDOS
V
destruidas.
Se hablaba de diez mil muertos y entre diez y
veinte mil heridos.
Demasiados para una ciudad de poco más de
cien mil habitantes.
Se supo que una fractura al norte de la ciudad,
en las inmediaciones de La Laja, mostraba su im-
presionante grieta a lo largo de más de 7 kilóme-
tros. En las montañas se produjeron derrumbes.
Los pavimentos estaban abiertos en muchas
partes.
La ciudad colonial estaba convertida en una
masa deforme de escombros.
El San Juan colonial acababa de morir en
Calle Mitre casi esquina Mendoza. Un transeúnte deambula con su bata puesta. Otro hombre, con sus muebles en la calle,
lo observa. Atrás, el paredón de la Iglesia de San Agustín sostenido por palos.
Este auto
Ford,
modelo
1943,
semisepulta
do por
escombros,
aparenteme
nte
pertenecía a
un médico,
por lo que
indica su
chapa
patente: a
un costado
pasa otro
automóvil,
que tuvo
mejor
suerte.