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JONES
exilió en Buenos Aires cuando comenzaron
los enfrentamientos entre Jones y la oposi-
ción.
Castro no tenía el temperamento para asumir
en las condiciones que estaba la provincia.
Por lo que seguía allí, en Buenos Aires.
4) Estrella quería asumir pero no podía
D
istinta era la situación del presidente
del Senado, don Juan Estrella, que sí
quería hacerse cargo del Ejecutivo.
Pero nunca sería aceptado por Yrigoyen.
Hacerlo sería convalidar el asesinato.
El pobre Estrella -que siempre se opuso al
crímen- era para los jonistas partícipe del
hecho y para los propios un tibio. Y ahí esta-
ba, reclamando el cargo, siendo encarcelado o
puesto en libertad.
Hasta que se cansó y renunció a su cargo de
presidente del Senado.
“No puedo con el fusil y la ametralladora,
vindicar el derecho y la justicia conculca-
dos. En este caso se impone una sola pro-
testa, serena pero altiva”,
dijo en su renun-
cia.
5) A todo esto, el poder de San Juan se
asentaba en las fuerzas de seguridad. Y se
cometieron grandes atropellos tras el asesi-
nato.
C
on Colombo de gobernador, la justi-
cia de Jones al frente de los juzga-
dos, la oposición encarcelada, las
investigaciones a cargo de funcionarios poli-
ciales llegados desde Buenos Aires que “no
andaban con chiquitas” y el poder en las
armas, se fue configurando
un clima de ciu-
dad ocupada.
El juez Maximiliano Escobar se negó a fir-
mar órdenes de allanamiento en blanco
-
”antes de hacerlo me dejaría cortar la
mano”,
dijo- y fue suspendido en sus funcio-
nes.
Los periodistas no llevaban la mejor parte.
El cura Videla Cuello, que era corresponsal
del diario mendocino Los Andes, denunció
que le cerraron las puertas en la cara cuando
fue a buscar al ministerio de Gobierno a raíz
de un editorial de Los Andes crítico hacia el
gobierno.
Sergio Bates, director del diario Debates, per-
maneció varios dias incomunicado.
Como es de imaginar, todo el equipo de La
Verdad, el periódico cantonista, fue encarce-
lado, lo mismo que José Nieto Mendoza,
director de Nueva Era, el órgano oficial del
partido radical en San Juan.
Así se llegó a la mitad de enero.
Con un Poder Legislativo
que no podía
reunirse porque el recinto estaba ocupado
por las fuerzas policiales, la mayoría de sus
integrantes estaban detenidos y muchos de
ellos tenían sus mandatos caducados.
Uno de los integrantes del Senado, Federico
Cantoni, tenía sin embargo su mandato
vigente y lo hacía valer desde la cárcel.
Un poder Judicial
con todos los jueces
civiles, la procuración general y una de las
fiscalías, vacantes. Uno de los miembros de
la Corte,
Flores Perramón,
aunque no era
reconocido por los Jonistas, era el único con
acuerdo del Senado.
Otro,
Luis Colombo,
dejó su cargo para
asumir como gobernador.
Los restantes jueces fueron expulsados o
renunciaron porque no se animaron a secun-
dar a Colombo. Entre ellos el juez
Diógenes
Varela Diaz
quién dictó el auto de prisión
preventiva y renunció.
La ciudad tradicional, de reminicencias coloniales y costumbres conservadoras de pronto se vio convulcionada. Nadie dejó de tomar partído.