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Viernes 2 de septiembre de 2016
LAPRIDA
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donde imperaban las pasiones.
Gobernaba José Ignacio de la Roza, su
amigo, el hombre que había propiciado
su designación como congresal en Tu-
cumán.
En aquellos años era evidente el des-
gaste de De la Roza como gobernador.
No pasó mucho tiempo antes de que el
aventurero Mariano Mendizábal lo derro-
cara y lo enviara a la prisión.
Y es en este punto donde el aun joven
Laprida tiene una actuación que vale al
menos mencionar.
Por un lado actúa como el gran amigo
de De la Roza.
Es él quien expuso
su vida al intentar
salvar a su amigo De la Roza, quien
había sido condenado a muerte. Laprida
penetró en la celda vestido de sacerdote
y le ofreció a éste el hábito para que hu-
yese sin ser reconocido, quedando él en
su lugar, pero aquél no aceptó su sacrifi-
cio.
Fue también Laprida quien le habría
acercado opio para calmar las ansieda-
des del gobernante preso y condenado
a muerte.
Y fue también él quien redactó el testa-
mento ante la proximidad del cumpli-
miento de la sentencia:
“Estando condenado a morir por los
jefes que hicieron la revolución el día 9
del presente mes sin causa alguna y
sólo por los efectos de las pasiones irri-
tadas de la revolución —escribe—,
sepan todos los que el presente vieren,
que esta es mi última y única voluntad”.
De la Roza encomienda a su mujer,
doña Tránsito de Oro y a su hijo de un
mes, Rosauro, a sus amigos Francisco
Narciso Laprida y Rudecindo Rojo y re-
comienda a la esposa que “inspire a mi
hijo los sentimientos más ardientes para
su patria y que jamás le inspire ven-
ganza contra otros enemigos que los de
mi país”.
Pero paralelamente fue el mismo La-
prida quien asistió al acto mediante el
cual Mendizábal asumió el mando militar
tras liberar “al pueblo del despotismo,
opresión y tiranía del teniente goberna-
dor don José Ignacio De la Roza”
En medio de los aplausos, ante
la sor-
presa general, el siguiente orador fue
Francisco Narciso Laprida, quien pro-
puso a Mendizábal como gobernador.
Digamos que Laprida fue gobernador
durante algunos meses y tuvo una
buena actuación
En 1824 representó a San Juan en el
Congreso General Constituyente del
cual fue presidente un año después.
Laprida integró el Partido Unitario.
Cuando esa agrupación inició un pro-
ceso de desintegración acelerada y el
federal Manuel Dorrego fue fusilado, re-
gresó a San Juan.
Según algunos historiadores, Laprida
fue iniciado masón en la Logia Lautaro
de Mendoza y posteriormente trabajó en
la Logia San Juan de la Frontera de San
Juan de la que fue su Venerable Maes-
tro (Presidente) durante tres períodos.
La muerte
en Mendoza
En 1827, Francisco Laprida se estable-
ció en Mendoza con su familia, para de-
fenderse de las persecuciones de
Facundo Quiroga que había invadido
San Juan.
Una vez que estalló la guerra civil entre
federales y unitarios, Laprida se incor-
poró al bando unitario en el Batallón El
Orden,
Corría el año 1829, el país se encon-
traba convulsionado por el enfrenta-
miento de unitarios y federales.
En abril, el general unitario Paz, derrotó
a Bustos en San Roque y en junio le
ganó en Córdoba al caudillo federal Qui-
roga en la batalla de la Tablada. Apoya-
dos por estos triunfos en el interior, el
núcleo unitario rechazó el Pacto de La-
valle y Rosas. Esto repercutió directa-
mente en Mendoza.
El 22 de septiembre, federales y unita-
rios se enfrentaron en un lugar llamado
del “Pilar”, muy cerca de la capilla de
San Vicente -hoy Godoy Cruz-. Allí
entre los unitarios, se encontraba Fran-
cisco Laprida y un jovencito llamado
Domingo F. Sarmiento.
Los federales de Aldao, atacaron a las
huestes del comandante unitario Pedro
León Zuluaga. Luego de varias horas
de lucha, los federales lograron quebrar
la línea y los “azules” se dispersaron de-
jando en el campo de batalla cientos de
muertos y heridos.
En esta inevitable derrota, las tropas re-
trocedieron y se dispersaron por todo el
campo de batalla.
Laprida partió junto a otros unitarios
para salvar su vida, perseguidos por
una partida del general José Félix
Aldao. El tropel de los vencidos fue in-
terceptado muy cerca del lugar en direc-
ción al Sur. Allí, este piquete lo apresó y
lo condujo con otros. Al saber que era
Laprida,
uno de los que comandaba la
montonera, lo ejecutó enterrándolo
vivo y pasando un tropel de caballos
sobre su cabeza, esto era una prác-
tica común en ese entonces.
Laprida tenía 43 años.
lll
En los últimos tiempos, algunos historia-
dores mendocinos han dado otra ver-
sión de la muerte de Laprida.
El diario Los Andes de Mendoza, en su
edición del 30 de agosto de 2005, pu-
blica una nota que titula “dos versiones
sobre la muerte de Francisco Narciso
Laprida en Mendoza y firman Carlos y
Jorge Campana, donde explican
que
“Laprida fue muerto y llevado al ca-
bildo (mendocino).
Explican los inves-
tigadores que “al fallecer, su cuerpo fue
enviado al Cabildo en donde el enton-
ces juez del Crimen doctor Gregorio
Ortiz, lo identificó y lo puso en un os-
curo calabozo”.
Lo cierto es que su cuerpo
nunca fue
encontrado.
Jorge Luis Borges era des-
cendiente de Francisco Nar-
ciso Laprida por la rama de su
madre, doña Leonor Acevedo.
En los años 40, el gran escri-
tor y poeta escribió un poema
destinado a constituirse en
una de sus obras más difundi-
das, el Poema Conjetural. El
siguiente es el texto:
POEMA CONJETURAL
El doctor Francisco Laprida, asesi-
nado el día 23 de septiembre de
1829 por los montoneros de Aldao,
piensa antes de morir:
Zumban las balas en la tarde última.
Hay viento y hay cenizas en el viento,
se dispersan el día y la batalla
deforme, y la victoria es de los otros.
Vencen los bárbaros, los gauchos
vencen.
Yo, que estudié las leyes y los cáno-
nes,
yo, Francisco Narciso de Laprida,
cuya voz declaró la independencia
de estas crueles provincias, derro-
tado,
de sangre y de sudor manchado el
rostro,
sin esperanza ni temor, perdido,
huyo hacia el Sur por arrabales últi-
mos.
Como aquel capitán del Purgatorio
que, huyendo a pie y ensangrentando
el llano,
fue cegado y tumbado por la muerte
donde un oscuro río pierde el nom-
bre,
así habré de caer. Hoy es el término.
La noche lateral de los pantanos
me asecha y me demora. Oigo los
cascos
de mi caliente muerte que me busca
con jinetes, con belfos y con lanzas.
Yo que anhelé ser otro, ser un hom-
bre
de sentencias, de libros, de dictáme-
nes,
a cielo abierto yaceré entre ciénagas;
pero me endiosa el pecho inexplica-
ble
un júbilo secreto. Al fin me encuentro
con mi destino sudamericano.
A esta ruinosa tarde me llevaba
el laberinto múltiple de pasos
que mis días tejieron desde un día
de la niñez. Al fin he descubierto
la recóndita clave de mis años,
la suerte de Francisco de Laprida,
la letra que faltaba, la perfecta
forma que supo Dios desde el princi-
pio.
En el espejo de esta noche alcanzo
mi insospechado rostro eterno. El cír-
culo
se va a cerrar. Yo aguardo que así
sea.
Pisan mis pies la sombra de las lan-
zas
que me buscan. Las befas de mi
muerte,
los jinetes, las crines, los caballos,
se ciernen sobre mí ... Ya el primer
golpe,
ya el duro hierro que me raja el
pecho,
el íntimo cuchillo en la garganta.
historia
Al saber que era
Laprida, uno de los
que comandaba la
montonera, lo
ejecutó enterrándolo
vivo y pasando un
tropel de caballos
sobre su cabeza. Esto
era una práctica
común en ese
entonces.
Ese
ilustre...
Borges le dedicó
su mejor poema