Juan Carlos Bataller
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en San Juan a José Ignacio de la Roza y en San Luis al coronel Vicente
Dupuy.
Un patriota convencido
De la Roza era un patriota convencido y su gestión estuvo orientada a
apoyar la gesta sanmartiniana. Naturalmente, ese apoyo se asentaba en
dinero, bienes -ganado, alimentos, caballos- hombres y sacrificios.
Y esto, en una economía tan chica como la sanjuanina, pronto se sintió.
Todo Cuyo sentía el peso del sacrificio en la lucha por la independencia.
El estado de desmoralización llegó a su punto crítico en 1819.
La miseria era general por los aportes materiales a la campaña liber-
tadora, casi todas las familias habían perdido seres queridos y las tro-
pas volvían de Chile cansadas y sin deseos de formar parte en la
expedición al Perú.
Los nuevos objetivos demandaban hombres y dinero. Y la gente ya es-
taba cansada. La guerra exterior era impopular y el mismo general San
Martín era objeto de una campaña sorda.
Hasta el hermano del gobernador, don Pedro de la Roza, que fue de los
que marcharon a las órdenes de Cabot, perdió la vida durante el com-
bate.
Los problemas y afanes de la guerra no impidieron a de la Roza realizar
una administración progresista. Fundó la Escuela de la Patria, bajo la
dirección del maestro Ignacio Fermín Rodríguez; estableció un hospital
urbano; fomentó explotaciones mineras, y se propuso ensanchar los cau-
ces para las industrias ganadera y agrícola. Y nunca cobró sus sueldos
de gobernante.
A de la Roza se debe, a la vez que a la sugestión de San Martín, el que
San Juan tuviese en el Congreso de Tucumán, a Fray Justo Santa María
de Oro y Francisco Narciso Laprida, sus dos más ilustres representantes.
Cumplió, casi, cinco años de gobierno.
Mayores problemas
Las dificultades de De la Roza habían recrudecido desde 1818, cuando
se presentó a la reelección. El sector conservador -muy ligado a la igle-