Juan Carlos Bataller
18
Al clero, precisamente, se le fijó un aporte de 1800 pesos.
Fray Domingo Barreda, prior del convento de Santo Domingo fue claro
en su exposición:
-No podemos sufragar en numerario las ingentes necesidades de la
patria pero ofrecemos aplicar un quinquenio de misas cada mes por
el éxito de las armas y por las almas de los ínclitos hijos que muriesen
en su defensa y de la santa causa de la libertad.
El trueque o canje era toda una institución.
¿Por qué no canjear misas
y apoyo celestial a la causa revolucionaria?
Lo importante es que el prior tuvo éxito. Ante ello, otros sacerdotes hi-
cieron similares presentaciones. Finalmente aportaron 315 pesos “que
es cuanto poseemos”, según explicaron.
Estas contribuciones forzosas de las que nadie podía escapar
“pudiera o
no pagarlas”,
causaron gran irritación en la población y el destinatario
de todas las broncas fue don Saturnino.
La gente se cansó de aportar
No sólo dinero necesitaba la patria. También reclamaba soldados, mulas
y uniformes para el sostenimiento del ejército involucrado en la guerra
de Montevideo y la invasión realista por el Alto Perú.
El 12 de julio San Juan envió un último contingente y fueron varios los
pobladores que dijeron basta.
-No es posible que sigamos enganchando gente sin formación militar,
preparada solamente para realizar tareas agrarias. San Juan se está
quedando sin brazos para trabajar la tierra y sin animales, porque
todo se lo lleva el Ejército. Nuestra capacidad está extenuada.
Sin embargo, en julio de 1812 Sarassa anunció nuevos enganches. El Ca-
bildo se opuso terminantemente pero no tuvo éxito. Aunque se dilató
un poco la medida, en septiembre quedó conformado el Cuerpo de Cí-
vicos que comandaba el propio teniente gobernador.
Hasta el uniforme quedó definido: casaca encarnada con vuelta en azul
vivo, interior blanco y banda celeste.
Comienzan a conspirar
A esta altura y pese a los afectuosos saludos protocolares y las salvas