Juan Carlos Bataller
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Laprida, alcalde de primer voto del cabildo, apuntó sus dardos contra
Sarassa con un argumento bien demagógico:
-Sarassa se ha entregado a la administración anterior. No es un pa-
triota sino que pretende que volvamos a depender del rey de Es-
paña-,
afirmaba en las pocas fondas existentes en aquella aldea chata
y sin árboles, el futuro presidente del Congreso de Tucumán.
La lucha por el poder ya estaba instalada.
Y atrás de esa lucha había intereses concretos. Uno de ellos era -siempre
fue así-, el económico.
La economía de San Juan en 1812 se basaba en la producción de malos
vinos, buenos aguardientes y frutas secas.
La distancia a centros de consumos más importantes condicionaba el
comercio, que estaba centrado fundamentalmente con Chile.
El engorde de ganado y la cría de caballares y mulares en la zona cor-
dillerana era la base de ese comercio.
Un órgano humano muy sensible
Pero habíamos dicho que la patria estaba naciendo.
Y está visto que el bolsillo es el más sensible de los órganos humanos.
Una de las causas por las que Saturnino Sarassa no logró ganarse a los
sanjuaninos fue por las contribuciones patrióticas forzosas que debieron
hacerse para el mantenimiento de tropas que reclamaba Buenos Aires.
Porque no nos engañemos. Para los patriotas porteños, era clave tener
gobernantes amigos si pretendían financiar la revolución.
La contribución patriótica de noviembre 1813, la sexta durante la admi-
nistración de Sarassa, estableció un aporte para San Juan de 30 mil pesos.
Lógicamente, todos pusieron el grito en el cielo.
-¿De dónde vamos a sacar esa suma?-,
se preguntaban.
Aquellos patriotas eran insaciables cuando de reunir fondos para liberar
a la patria se trataba.
Es así como en San Juan se hizo una lista en las que se incluyó a todo
ser que caminara erguido sobre sus pies. Así cayeron desde funcionarios
a viudas desconsoladas; desde comerciantes enriquecidos a religiosos
sin fortuna.