GOBERNADORES DEL SIGLO XIX EN SAN JUAN
Los próceres en carne viva
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lanzadas al viento con que lo recibieron, los sanjuaninos con ambiciones
de poder ya conspiraban contra el bueno de Sarassa, inmerso en un pue-
blo cuyos códigos desconocía y sin apoyo sincero de sector alguno.
Una imprevisión del gobierno superior se transformó en eje del debate.
El gobierno patrio no se había preocupado por delimitar con claridad
cuales serían las funciones del cabildo y cuáles las del teniente gober-
nador. Diplomáticos, los miembros del Cabildo se lo hicieron saber a
Sarassa:
-Las comunes ocurrencias que hay con este Cabildo a falta de regla-
mento especial, inducen a representar a V.E. la urgencia en que se
halla para hacer respetar su autoridad, sin temor a excederse en los
términos de su jurisdicción-,
dijeron en una nota.
La tirantés entre el Cabildo y el teniente gobernador llegaron a un grado
extremo a mediados de 1813.
Las relaciones eran tan absurdamente enfrentadas que hasta los más
medulosos historiadores han optado por un prudente silencio sobre esta
etapa, caracterizada por las bajezas y la pasión demostrada por
varios
futuros próceres sanjuaninos.
Ya la situación no daba para más.
Pero... ¿Cómo destituirlo a Sarassa?
En aquella pequeña aldea de poco más de tres mil almas donde no más
de cincuenta familias contaban, no hacía falta medios de difusión. Los
rumores corrían demasiado rápido.
Y este rumor tenía fuerza:
-Está en marcha una conspiración de los españoles.
Un caso de psicosis colectiva
El historiador Horacio Videla recuerda que la historia registra casos de
psicosis colectiva como el que vivió San Juan en aquellos días. Y cita la
conspiración de la pólvora en Inglaterra, con una noche de San Barto-
lomé para los católicos; el telegrama de Ems de Bismark que encendió
la guerra franco-prusiano, la condena dictada contra el periódico El Res-
taurador de las leyes que provocó la caída del gobierno de Balcarce.
San Juan vivió su guerra psicológica: la
“conjura de los españoles”
en
Cuyo, en 1813.