Juan Carlos Bataller
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rigían a apoderarse del convento de Santo Domingo.
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-Pero ¿cómo es el tipo?
-Es un hombre maduro, tiene 51 años y es viudo. Entró en el Ejército -
donde tiene el grado de teniente coronel-, en la guerra para expulsar a
los ingleses de Buenos Aires, en 1.806.
-¿Es viudo?
-El hombre se había casado el 5 de abril de 1790 con María de Herrero,
porteña, hija de José de Herrero y San Martín y Juana de Cosio Terán
quien falleció muy joven.
En el cabildo local la noticia cayó muy mal.
-¿Por qué no podemos elegir nosotros a nuestro gobernador? ¿Qué
sabe este Sarassa de San Juan?
Pero ya era imposible parar la designación.
El 7 de febrero de 1812 se completaron los trámites con el nombramiento
formal y ante el hecho consumado, los sanjuaninos actuaron como siem-
pre lo harían cada vez que un nuevo gobierno se hiciera cargo del
poder.
“El pueblo sanjuanino recibe a don Saturnino Sarassa con el mayor
aplauso y regocijo de todo el vecindario”,
consignó el comunicado ofi-
cial.
Pero detrás de las palmadas y las sonrisas...
¡se les veían los dientes...!
No fue extraño, entonces, que la primera medida de Sarassa fuera or-
denar
“la reparación de las pocas armas de chispa que quedan en
manos del gobierno para mantener la tranquilidad y el orden público
y hacer respetar las leyes y providencias”.
Quiénes eran los sanjuaninos
Fue así como don Saturnino se encontró al frente de una provincia en
la que vivían 3.591 personas en la ciudad y otras 9.388 en la campaña.
De los que vivían en la ciudad, 1.558 eran americanos (criollos y mesti-
zos); 40 españoles, 17 extranjeros, 500 indios, 1.409 negros y 67 religio-
sos.
En la campaña, en cambio, residían 2.882 americanos, 25 españoles, 24
extranjeros, 5.299 indios, y 1.268 negros.