GOBERNADORES DEL SIGLO XIX EN SAN JUAN
Los próceres en carne viva
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El casamiento con Benita
Al poco tiempo del nacimiento de Dominguito, murió don Domingo
Castro y la relación de Sarmiento con Benita se formalizó.
El 19 de mayo de 1848, de regreso de un viaje a Europa en una misión
oficial confiada por el ministro Manuel Montt, Sarmiento se casó en la
Parroquia de San Lorenzo, en Santiago, con su comprovinciana. El tenía
ya 37 años y ella 26.
El matrimonio se estableció en el fundo rural de Yungay, en las afueras
de Santiago, propiedad ahora de Benita. Y allí Sarmiento, en aquella
casa donde los troncos ardían en la chimenea y a través de la ventana
se podían ver los jardines y las galerías con sus parras, se aquerenció
tanto con su hijastro de tres años que se transformó en su tutor y le dio
su apellido.
Desde ese día aquel niño, que fue una explosión de ternura en la vida
del maestro, se llamó
Domingo Fidel Sarmiento.
Las relaciones en cambio con Benita nunca fueron fáciles para Sar-
miento. Quizás porque no sabía cómo hacerlo o tal vez porque nunca
lo quiso, lo cierto es que
no estaba preparada para contener los arre-
batos del hombre genial y ambicioso que tenía a su lado.
Se había vuelto una mujer de temperamento fuerte, de cierta fortuna
heredada y acostumbrada a un nivel de vida aceptable y de relieve so-
cial.
Difícil que congeniara con un hombre al que poco interesaban los bienes
materiales pero que tenía actividad veinte horas por día y que
soñaba
con ser presidente de su país.
Para colmo, Sarmiento, estuviera donde estuviera, seguía siendo san-
juanino y pensando en su terruño.
Para Benita, San Juan significaba un pasado de estrechez económica, de
vida chata, de atraso cultural al que
jamás, jamás, estaba dispuesta a
volver.
Finalmente había otro elemento que no puede dejarse de lado:
Benita
era una mujer celosa. Casi diríamos, enferma de celos. Y Sarmiento,
ya lo hemos dicho, llevaba el zonda dentro y nunca tuvo vocación de
santo.