Juan Carlos Bataller
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Entra en esto un poco de pasión y algo de muy bien razonado.
He hecho treinta años un papel contra natura, escribiendo, hablando, sin poder
obrar, en medio de las resistencias. Tengo por fin la acción, en pequeño es ver-
dad, pero la acción.
Y en tres años de gobierno les mostraré los puños que Dios me ha dado.
Presidir esta revolución industrial o, dirigirla en sus primeros pasos, sanar las
heridas de San Juan. Tú comprenderás que es gloria más sabrosa que ir de vi-
cepresidente o ministro a disputar y pronunciar discursos”.
Pero eso no era todo.
Sarmiento
llegaba con el corazón alborotado.
Las relaciones con su esposa, Benita Martínez Pastoriza, estaban que-
bradas.
Aun escuchaba su voz cuando afirmó rotunda:
-Yo ni loca me voy a vivir a San Juan.
Se vino sólo. Sin Benita. Pero, lo que más le dolía, también sin Aurelia.
El gobernador Sarmiento
Es cierto, fue recibido con todos los honores y elegido gobernador inte-
rino por la legislatura a sólo dos días de regresar a la provincia. Era el
9 de enero de 1.862
Don Domingo se había instalado en la casa paterna, con sus hermanas,
en el barrio El Carrascal, a cuatro cuadras de la Plaza Mayor, en la calle
Ecuador, que algún día llevaría su nombre. Hacía poco que había
muerto doña Paula Albarracín, su madre.
El 16 de febrero se reunieron los diputados provinciales y los doblantes,
electos el día 7 y designaron a Sarmiento gobernador propietario. Re-
sultó consagrado sin oposición. Lo esperaban tres años en el poder de
su provincia.
El día anterior le había escrito a Mitre:
“Hoy cumplo 51 años y mañana espero ser nombrado gobernador pro-
pietario por tres años.