GOBERNADORES DEL SIGLO XIX EN SAN JUAN
Los próceres en carne viva
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He sentido una triste y melancólica satisfacción al consumar este acto
que venía preparado de antemano por la opinión de mis amigos, el cla-
mor de mis compatriotas y mi propio sentimiento.
Digo que con tristeza mezclada de felicidad, como suele ser el tomar
estado que nos hace mirar el porvenir, sabiendo que hemos decidido de
nuestra suerte, en bien o en mal”.
Ya no era el Sarmiento optimista. Y lo confesaba en una carta a su amigo
José Posse.
“No es el hombre político el que guarda silencio; es el hombre moral el
que ha muerto al dejar terminada la revolución que dirijo y sostuve
treinta años.
Soy gobernador de San Juan como un asilo contra mi mismo.
Después que termine este periodo verásme desaparecer en el horizonte
político, como aquellos cometas que se disipan por perderse en la pro-
fundidad de la nada”
El 10 de abril volvía a escribirle a Mitre:
“Continuo organizando milicias sin armas... Siéntese aquí el malestar
a causa de la pobreza.
Yo llevo adelante mis proyectos de mejoras en la esfera de lo posible.
Si no fuéramos tan pobres, tan atrasados y tan poca cosa, seríamos
algo”.
Los recuerdos de Benita
En aquellos días los sanjuaninos buscaban acercarse al admirado Sar-
miento, el hombre que volvía tras años de exilio primero y de actuación
en Buenos Aires después.
Ya había publicado en Chile sus más hermosos libros:
Facundo
, en 1845
y
Recuerdos de provincia
, en 1850
El maestro, llenaba sus horas con una increíble actividad.
Pero al llegar al noche, al quedar sólo en la oscuridad, repasaba su vida.
Y recordaba cuando conoció a Benita.
Fue en Chile donde su pluma inigualable alumbraba artículos periodís-
ticos en El Mercurio de Valparaiso.
Es allí donde traba relación con el matrimonio integrado por don Do-