GOBERNADORES DEL SIGLO XIX EN SAN JUAN
Los próceres en carne viva
105
orden dictó un curioso decreto que permitía a la policía
“... perseguir y
aprehender a los niños que se encontrasen en las calles mal entrete-
nidos, los que conducidos al departameno Gral., se les impondrá una
oportuna corrección”
Para Benavides la educación pública fue muy importante. Como que
asistió muchas veces a escuchar los exámenes que daban los alumnos.
Un ejemplo de su dedicación lo dio el mismo día que asumió cuando
en su mensaje afirmó:
“Es lamentable observar el estado de abandono
en que esta la educación pública, sin más socorro que los padres de
familia, cuyo mayor número en indigencia se ven privados del con-
suelo de proporcionar a sus hijos, los conocimientos cual exige la
moral cristiana y nuestras instituciones políticas; y el de temer que en
lugar de ciudadanos útiles e industriosos, el ocio en que se van for-
mando, les convierta en un semillero de corrompidos y criminales.
Este inmenso vació es necesario llenar a toda costa.”
Sin embargo, la derrota no tiene amigos.
Cabe destacar que los asesinos de Benavides recibieron exaltados elo-
gios por parte de la prensa porteña, muchos de ellos firmados por san-
juaninos. La muerte de Benavides y la intervención federal a San Juan
tensaron la situación con Buenos Aires, cortando todos los diálogos para
que se reincorporara a la Confederación Argentina, y precipitando el
enfrentamiento bélico que se daría en la Batalla de Cepeda (1859).
En la provincia de San Juan se polarizaron las opiniones políticas, divi-
diendo los ánimos entre liberales y federales. Esto daría lugar en los
años siguientes a los asesinatos de los gobernadores Virasoro y Aberas-
tain.
Los tiempos habían cambiado. El hombre que representó el poder en la
provincia durante dos décadas había muerto. Y su familia, en soledad,
lo acompañó hasta la última morada sin honores ni escolta.
¡Triste destino de quienes gobiernan más tiempo del aconsejado!
50 años después
Cuenta Horacio Videla que alrededor de 1910, un niño de 12 años, Ro-
gelio Driollet, quien luego sería un conocido médico, estaba en el ce-