Juan Carlos Bataller
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-¿Cómo se puede matar a un hombre por sus ideas?-
se preguntaba Te-
lésfora, mujer muy religiosa, toda bondad.
-En mi casa nunca entró la política. Yo misma fui paño de lágrimas
para los necesitados, sin importarme sus ideas.
Como una ráfaga pasaron por la memoria de Telésfora Borrego distintas
etapas de su vida.
Parece que fue ayer cuando acompañó a Benavides al Cabildo aquel 26
de febrero de 1836, a las 8 de la mañana.
Eran años de inestabilidad política. San Juan había sido invadido por
La Rioja y todos estaban pobres y temerosos. Había que elegir un go-
bernador. Y lo eligieron a él.
Y allí estaba aquella mañana aquel militar flaco y alto. Y ella al lado de
su Nazario, elegante con su uniforme de teniente coronel, con sus jóve-
nes 33 años.
Llevaban dos años de casados y ya había nacido su primer hijo, Segundo
Reyes, que tenía un mes de vida.
Nadie pensó que Nazario Benavidez gobernaría durante 19 años en
forma ininterrumpida, reelegido en forma sucesiva.
La relación con Sarmiento
Muchas anécdotas pintan al caudillo paternalista de cuerpo entero.
Algunas de ellas tienen como protagonista a un fogoso Domingo Faus-
tino Sarmiento, director en aquellos años del periódico El Zonda.
Benavides había mandado llamar a Sarmiento a su despacho.
-Se que usted conspira, don Domingo.
-Es falso, señor, no conspiro.
-Usted anda moviendo a los representantes...
-¡Ah! ¡Eso es otra cosa!. Su Excelencia ve que no hay conspiración. Uso
de mi derecho dirigiéndome a los magistrados, a los representantes
del pueblo, para estorbar las calamidades que Su Excelencia prepara
al país.
-Don Domingo, usted me forzará a tomar medidas.
-¡Y qué importa!
-Severas medidas.
-¡Y qué importa!
Vi en el semblante de Benavides señales de aprecio, de compasión, de