GOBERNADORES DEL SIGLO XIX EN SAN JUAN
Los próceres en carne viva
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-Vamos a buscarla a la casa del general-,
dijo otra voz.
Un grupo corrió los ciento cincuenta metros que separaban el cabildo
de la Casa de Benavides.
Benavides vio desde el balcón llegar al Cabildo al comandante Domingo
Rodríguez , seguido del capitán Maximino Godoy y comprendió lo que
iba a suceder.
Intentó superar con su voz los gritos que venían desde abajo.
-¡Por favor¡ ¡Deténganse! ¡No me comprometan! ¡No den motivos para
que terminen conmigo!
El comandante Rodríguez, desde abajo también gritaba.
-¡Regrese inmediatamente a su prisión o no respondemos por su vida!
Benavides entró nuevamente a la sala. Estaba cansado.
-Pueden disponer a mansalva de mi libertad porque estoy engri-
llado -,
dijo a sus guardias.
Abajo se sentían disparos de armas de fuego y el golpeteo del hacha
contra la puerta, intentando derribarla.
De pronto, un hecho secundario adquirió gran importancia.
Uno de los guardias, Eugenio Morales, nervioso por lo que sucedía, se
insolentó con el capitán Maximino Godoy.
Este sacó su cinto y le dio dos o tres golpes.
Se escucharon exclamaciones y los soldados de la guardia amenazaron
amotinarse.
Godoy se dio vuelta para enfrentar el nuevo problema y Morales, que
no lo perdía de vista y estaba enardecido por los cintazos recibidos, se
precipitó sobre él y le dió un culatazo en la sien derecha. Ahí quedó
Godoy, muerto en el piso.
A todo esto, Benavides permanecía sentado en el catre y engrillado.
El comandante Rodriguez, advirtiendo lo que sucedía, subió rápida-
mente y entró a la sala por una puerta lateral.
Tomó su espada y atacó a Morales, que gritaba fuera de sí.
Morales no se quedó atrás. Tomó su bayoneta y embistió contra su su-
perior, hiriéndolo en un brazo. Inmediatamente después salió al balcón
y saltó a la calle. Comenzó a correr atravesando la plaza, en dirección a
la Catedral.
Uno de los amigos de Benavides lo siguió a caballo y a la carrera lo alzó
sobre el animal.