GOBERNADORES DEL SIGLO XIX EN SAN JUAN
Los próceres en carne viva
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ni pidió cuartel. Hechos pedazos, brotándoles a torrentes la sangre por
veinte bocas abiertas por las balas, mutilados muchos de sus miembros,
se defendían y peleaban como leones, hasta que cayeron sin dar un ge-
mido entre la gritería infernal del pueblo.
La mujer de Virasoro salió con sus hijos gritando si no habían balas para
ella
. La sangre se me heló en el cuerpo al ver aquella mujer hermosa,
desnuda, con sólo una bata suelta y descalza, con los niños en la mano,
pálida como un muerto, ante aquella pueblaba cebada en sangre.
Nunca creí ver algo tan horrible como lo que acababa de ver.
Felizmente el oficial Marcelino Quiroga, se dio vuelta y dio la voz de
—¡Fuera, ya concluyeron los tiranos!.
Entonces se dispuso llevar a la plaza los cadáveres mientras que varias
comisiones se repartieron con orden de acabar con todos los amigos del
gobernador.
Muchos de estos han sido unos buenos bribones y merecían un buen
susto. El que les dieron no fue chico como a los jefes militares que se
han escapado a Dios gracias y a los buenos caballos.
Algunas horas después supe que no habían muerto ninguno sino que
los tenían presos lo mismo que a los representantes.
Al día
siguiente la gente se miraba unos a otros y se agachaba tenién-
dose miedo a sí mismo.
Los que dieron los primeros tiros a Virasoro
negaban que hubiesen ellos asistido y culpaban a otros. El remordi-
miento empezó a hacer efecto y yo he visto a algunos hacer acciones de
locos, según era el miedo que les entró.
Se nombró a Precilla gobernador interino y se negó. Esto infundió más
el pánico, hasta que empezaron a esconderse, mas como los promotores
vieron el compromiso y el aislamiento en que iban a quedar, se pusieron
con tesón a juntar la plebe y temiendo otro San Bartolomé, concurrieron
muchos ciudadanos y como último recurso, mientras llegaba Aberastain
a quien se había mandado llamar a esta para gobernar, ahí en Buenos
Aires y en otras partes, se nombró provisoriamente o fue el único que
aceptó al chileno Cobo.
Mientras tanto, amigo, si antes era esto malo hoy es peor. Cierto que se
oyen y se gritan palacadas capaces de asustar a Napoleón, se hacen in-