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JUAN CARLOS BATALLER - EDGARDO MENDOZA
LOS AÑOS 20
LOS TRES MACHOS CANTONI
l padre, Angel Cantoni, no era el
inmigrante común de aquellos años
que llegaba a la Argentina en busca
de un futuro mejor, huyendo del
hambre y las necesidades. Venía de
la Alta Italia, donde había nacido en
Carbonara de Tescino, en Lomellia, el 28 de
noviembre de 1853.
En la Universidad de Pavia obtuvo el título de
agrimensor en 1872, con 19 años, graduándose
de ingeniero de Minas en la Academia de
Freyberg, Sajonia, en 1882.
Una firma de Alessandría —Miguel Torres e
hijos— lo contrató y en 1887 lo envió a San Juan
para estudiar el mineral de Sierra de La Huerta.
Terminada su tarea, el ingeniero Cantoni regresó
a Italia donde contrajo enlace con una italiana de
origen irlandés, Ursulina Aimó Boot, dama de una
vo-luntad a prueba de hierro y un carácter muy
fuerte.
Fue entonces cuando se lo llamó para dirigir la
Sociedad Minera Andina constituida en Buenos Aires.
E
Doña
Ursulina
Aimó Boot
de Cantoni,
con sus tres
hijos: Aldo,
Federico y
Elio.
Pero el ingeniero ya había hecho sus contactos
y pronto se vino a vivir definitivamente a San Juan,
donde fue designado profesor de la Escuela de
Minas, teniendo a su cargo las cátedras de
Mineralogía, Geología y Paleontología.
De este matrimonio formado por un científico
tranquilo, estudioso, dedicado con amor a su
profesión y una mujer de sangre irlandesa y fuerte
personalidad, nacieron tres hijos.
El mayor de ellos se llamó Federico José María
y nació el 12 de abril de 1890. Luego lo seguirían
Aldo, en 1892 y Elio en 1894.
Federico hizo la escuela primaria en la Superior
Sarmiento y comenzó el secundario en el Colegio
Nacional, de donde fue expulsado por organizar
una huelga por lo que continuó sus estudios en el
colegio nacional Agustín Alvarez de Mendoza.
Se radicó luego en Buenos Aires donde se
graduó de médico en la facultad de Medicina de la
Universidad de Buenos Aires en 1913.
La sociedad sanjuanina recibió con curiosidad a
aquel joven médico que volvía al terruño. Un título
siempre daba prestigio. Más si su poseedor es hijo
de un brillante científico. Federico tenía reservado,
sin duda, un lugar expectante en la sociedad y se
transformaba en un candidato apetecible para las
chicas provincianas.
Pero Cantoni no era lo que la gente alta
sociedad esperaba que fuera.
Era Cantoni.
Inmediatamente se radicó en San Juan donde
abrió su consultorio y pronto los sectores más
humildes de la ciudad fueron sus pacientes, en
parte porque cobraba poco o no les cobraba pero
en gran medida porque lo consideraban un gran
profesional y un hombre que hablaba el mismo
idioma que el pueblo.
Afiliado a la Unión Cívica Radical, organizó el
Club Baluarte, que nucleó a la juventud del partido.
Con un grupo de no más de medio centenar de jó-
venes, el naciente caudillo salió a recorrer fincas,
pueblos y lugares de trabajo. A diferencia de los
viejos políticos, no rehuyó recorrer distancias a ca-
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