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Juan Carlos Bataller
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Anécdotas de la política sanjuanina
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un paseo en el
subterráneo de moscú
E
n julio de 1976, Leopoldo fue nuevamente nombrado
embajador en la Unión Soviética y viajamos allí juntos,
con nuestros tres hijos menores. Yo no sabía una palabra de
ruso y Leopoldo otra vez hizo una de las suyas. Visitamos jun-
tos el subterráneo de Moscú, que yo quería conocer: una
extensa red interconectada que transportaba diariamente multi-
tudes de moscovitas, con el agregado de los impresionantes
murales del realismo socialista que embellecían las distintas
estaciones. Yo quería aprender a manejarme con ese medio de
transporte y mi marido estuvo de acuerdo. Estábamos en el
andén, llegó una formación, yo me abrí paso entre la multitud,
entré en uno de los vagones, giré la cabeza para ubicar a
Leopoldo que imaginé en todo momento detrás de mí
—por-
Ivelise y Leopoldo Bravo, quien fuera
embajador en la Unión Soviética
Y empezó López con su discurso contra el imperialismo, el Fondo
Monetario Internacional, la explotación de los trabajadores...
A los diez minutos consiguieron hacerlo callar, ante un audito-
rio liberal que por momentos sonreía ante la situación y por
momentos se indignaba.
Siguió exponiendo Alsogaray y minutos después, otra vez se
escucha la voz de Isidro López:
—¿Me permite, ingeniero...?
Y sin esperar respuesta, inmediatamente se produce una pausa
en las palabras de Alsogaray, arrancó de nuevo el médico san-
juanino con su discurso.
Otros diez minutos de criticas al liberalismo, a los empresa-
rios, al mercado, al imperialismo...
Logran de nuevo hacerlo callar y Alsogaray ya molesto, conti-
núa con su exposición.
Pero a los pocos minutos, otra vez la voz de López:
—¿Me permite, ingeniero?
Esta vez Alsogaray no le permitió:
—Mire señor, voy a decirle algo: ¿Sabe quien ha organiza-
do este acto? Yo. ¿Sabe quién ha hecho las invitaciones?
Yo. ¿Sabe quien ha pagado los gastos? Yo. ¿Sabe quien
debe exponer hoy? Yo. Entonces le voy a pedir una cosa.
Organice usted un acto, invite gente, corra con los gastos y yo
con mucho gusto voy a ir a interrumpirlo a cada rato y ex-
presarle mis ideas. Pero acá no lo dejo que siga intervinien-
do.
El público, por supuesto adepto a Alsogaray, aplaudió a rabiar
y con grandes risas a su líder.
Y López, sin hacerse mala sangre y también sonriendo, se reti-
ró del cine.
(Contado por Graciela López de Basualdo,
hija de Isidro López)
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