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JONES
E
n aquellos años, las comisarías de
campaña de San Juan, tenían un
corral destinado a alojar los animales
que enviaban los vecinos cuando los encon-
traban sin marca y haciendo daño o pastando
en sus propiedades.
Los dueños de los animales debían concurrir
a la comisaría para retirarlos tras pagar una
multa y los daños que pudiera haber ocasio-
nado el animal.
Lo común era que por la noche alguien
-seguramente el dueño- sacara los animales
del corral y se los llevaran. ¿Qué iba a hacer
la policía? Por un lado había cumplido con su
deber
pero... si los caballos habían sido sus-
traidos...
P
ero aquella vez las cosas fueron dis-
tintas.
Los que se llevaron los caballos fue-
ron perseguidos. Y se refugiaron en la finca
El Molino, propiedad de Federico Cantoni.
Cantoni estaba por aquellos días en Jáchal.
Informado por la policía, el juez de Jáchal
libró una orden de allanamiento el día 23 de
octubre y una veintena de policías se dirigió a
la finca para detener a los asaltantes.
Para los cantonistas, todo estuvo planificado
desde San Juan.
El objetivo era matar a Cantoni.
—No era lógico que se enviara a veinte
policías y que actuaran con tanta diligen-
cia—,
sostuvieron siempre.
—Ante un hecho de estas características y
tratándose de un senador y lider político
enfrentado al gobierno, es fácil suponer
que se consultó antes de actuar—
, agregan.
Y rematan:
—Una decisión de este tipo sólo puede
decidirla el gobernador y su ministro de
Gobierno.
Otros en cambio están absolutamente con-
vencidos de que Jones “no sabía absoluta-
mente nada del caso”.
—Jones no sabía la mayoría de las veces
qué hacían sus colaboradores—,
argumen-
taban.
—Si algunos podían haber tenido partici-
pación esos eran el fiscal del crimen,
Aquiles Damianovich, que pudo haber
dado una orden al juez de Jáchal cuando
éste lo consultó y el jefe de Policía,
Honorio Guiñazú que sin duda pudo
haber ordenado que mataran a Cantoni.
Estaba claro que una mano negra, ordenó el
procedimiento. Y que el objetivo fue intimi-
dar e incluso matar a Federico.
Pero no sólo fracasó en su objetivo sino que
brindó en bandeja una magnífica oportunidad
a Cantoni para transformarse en mártir.
¡Quién iba a imaginar el cariz que tomaría el
hecho!
Durante cinco horas se tirotearon los policías
con Cantoni y su gente, parapetrados en la
casa.
Federico terminó herido en un pie. Y pronto
la noticia se conoció en la ciudad.
—Han intentado matar a Federico Cantoni
en Jáchal—
, fue el comentario en todos los
café.
—Esto es obra de Jones—,
dijeron los blo-
quistas.
Los conservadores, en cambio, sonreían.
—El “Gringo” no iba a dejar pasar una
oportunidad así. Seguro que él mismo se
hirió el pie—,
decían como si se tratara sólo
de una picardía sin consecuencias.
¡Quién iba a imaginar lo que ocurriría en los
días siguientes!
Federico Cantoni regresó a San Juan el día 27
de octubre.
La gente esperaba desde temprano, en las
inmediaciones de la Plaza 25.
De pronto la gente estalló en aplausos cuando
Federico apareció por la calle Mendoza en un
coche descubierto, acompañado por decenas
de seguidores.
El coche se detuvo en la esquina de General
Acha y Mitre y Cantoni bajó acompañándose
a caminar con muletas.
—¡Asesinos, hijos de puta!
—gritaba la
gente.
—
¡Hay que matar al tirano Jones!—
, de-
cían los más exaltados.
Comenzaron los discursos. Primero habló José
A. Correa, luego lo hizo el diputado nacional
Belisario Albarracín, después Carlos
La declaración de guerra