la_cena_de_los_jueves2 - page 101

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JONES
Continuará...
Sancasani sabía que
“la verdad del canto-
nismo”
no estaba en la Legislatura o en las
tribunas. Estaba en esa organización que cre-
cía, absolutamente consustanciada con su
líder.
En las cámaras podían votar juntos con otros
radicales y hasta con los conservadores. Pero
el futuro no pasaba por esas alianzas circuns-
tanciales. El futuro planteaba un solo objeti-
vo:
llevar a Federico a la gobernación.
Y
con Federico llegarían todos ellos,
los oficia-
les, los cabos y los sargentos, la gente del
pueblo.
—Mañana vamos a tener una reunión en
mi casa con otra gente. Vos estarás a
cargo del grupo de Pocito. Tenemos la ver-
sión que allí irá Jones. Habrá otros grupos
en otras partes de la ciudad por si los pla-
nes cambian. Pero olvidate del resto y con-
centrate en Pocito. Andá pensando en
quienes te acompañarán.
E
n los primeros que pensó Sancasani
fue en los hermanos Peña Zapata.
José María se llamaba el menor y
tenía 33 años. Usaba bigotes, era más bien
petizón —medía 1,68— cabello castaño, ojos
marrones y cutis trigueño.
A José María, que era soltero, le faltaban
todos los dientes superiores y ya conocía la
cárcel, donde había pasado todo el año 20
por disposición del juez de crimen de segun-
da nominación, acusado de provocar contu-
siones a una persona en una riña.
R
icardo Peña Zapata era el mayor de
los hermanos. Tenía 37 años y esta-
ba casado. Al igual que su herma-
no, con quien compartía una propiedad en
Pocito, era agricultor.
Era un poquito más bajo que José María,
más bien delgado y usaba bigotes. Una cica-
triz horizontal de unos 3 centímetros, ubica-
da en el mentón. le recordaba aquella riña de
la que participó con su hermano el 2 de
enero de 1.920. Pero él la sacó mucho más
barata pues fue puesto en libertad ese mismo
día por el juez.
Los Peña Zapata se consideraban “soldados”
del cantonismo, eran leales sin vuelta y aun-
que tenían poca instrucción, sabían jugarse
llegado el momento. Por eso andaban siempre
“calzados” con dos revólveres Eibar calibre
38, disimulados en la cintura.
—No te olvides de Benito Urcullu —,
le
había dicho Porto.
Lógicamente no se olvidaría. Benito Urcullu
era su amigo.
Hijo de otro afincado en Pocito, Francisco
Urcullu y de Amalia Quiroga, Domingo
Benito Urcullu había nacido el 12 de marzo
de 1.891, estaba casado y era comerciante.
Era un hombre más bien bajo, de cutis blan-
co, bigotes y cabello castaño oscuro. En el
carril derecho tenía una cicatriz de seis centí-
metros, producto de una operación. En Pocito
lo tenían por muy buen tipo y muy seguidor
de don Federico.
T
ambién pensó Emilio en Nicolás
Pelleriti.
—A Pelleriti dejámelo que lo necesito
manejando un auto. Pero va a andar por
Pocito, perdé cuidado—,
dijo Porto.
Nicolás andaba noviando con su hermana,
Argentina. Se habían conocido cuando él
trabajaba en una finca de Cantoni en Pocito.
Pero ahora vivía en la ciudad, donde traba-
jaba como mecánico.
—Sería bueno contar con Tiburcio
Parra...
—Hablalo, hay pocos tiradores como él...
Tiburcio ya era un hombre mayor. Había
pasado los 50 y era un tipo agradable y ameno
en la conversación. También trabajaba en la
finca de Cantoni pero su hobby era la caza.
Donde ponía el ojo ponía la bala. Y muchos
pumas habrían podido dar testimonio de ello.
Emilio recordó la charla con Tiburcio.
—Quedate tranquilo Emilio, que yo voy a
estar.
—No esperaba menos de usted.
—Pero te voy a pedir una cosa.
—Dígame.
—Si las cosas vienen mal y hay que tirar,
no me pidan que le tire a Jones.
—¿Por qué decís eso?
—Jones ni se ha acordado de nosotros y es
un pésimo gobernante. Creo que merece
muchas muertes. Pero fue mi padrino de
confirmación y yo soy un tipo derecho...
Viene de página anterior.
Todos coincidían en Pocito en
que Emilio era muy rebelde pero
muy buen tipo. Una prueba es
que su prontuario, que llevaba
el número 23.706, estaba límpio
de antecedentes.
Nicolás
Pelleriti,
era cuñado
de Emilio
Sancassani.
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