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JONES
que respondía a Federico Cantoni.
Pese a su juventud, pronto se gana un lugar en
el partido, tanto por el tiempo que le dedicaba
a la política como por distinguirse como hom-
bre de acción.
F
idel era un muchacho más bien bajo -
medía 1,62- de ojos verdes, cutis blan-
co, cabellos castaños y era muy delga-
do. Lo llamaban “el dedo cortado” pues tenía
el dedo medio de su mano derecha amputado
en la tercera articulación.
Acá en San Juan, Fidel Schiavone pronto hizo
migas con Rómulo Tobares y Stockle, hom-
bres de acción del cantonismo,
Mientras el joven rosarino se dedicaba con
pasión a la militancia -que en aquellos años
no era una actividad precisamente tranquila-
don Pablo movía cielo y tierra para salvar a
su hijo del servicio militar.
Santiago Stockle y Fidel Schiavone, tenían
varias cosas en común. Ambos eran solteros,
compartían el oficio de peluqueros, no eran
sanjuaninos de nacimiento y habían abraza-
do con total entrega la causa de Cantoni.
De Stockle se decían muchas cosas, entre
otras que había participado de la guerra del
14 junto a los alemanes.
En realidad, había nacido en Chivilcoy, el 22
de enero de 1887, donde se radicó su padre,
también de nombre Santiago y casó con una
italiana, Genoveva Roca.
Más bien bajo —medía 1,64— de ojos
marrones, cutis blanco y cabellos castaño
oscuro, Stockle, a poco de llegar a San Juan
un año atrás, instaló su peluquería en la calle
Rivadavia. Hombre de escasa instrucción y
vida humilde, se lo tenía por un excelente
tirador.
Estos eran los hombres con los que se iba
configurando el partido de cabos y sargen-
tos, encolumnados detrás de un líder en
quien confiaban ciégamente.
—¿Hablaste con el ingeniero Porto, Fidel?
—Sí, el domingo va a ser la cosa...
—Tenemos que ir todos a la Casa de don
Tomás Cruz, a las 10 de la mañana pues
se hace un agasajo a Noé Videla, el direc-
tor de La Verdad, que acaba de salir de la
cárcel...
—¿Te dijo algo más?
—No... pero...¿Sabe, Santiago? Creo que
el domingo a todos nos va a cambiar la
vida...
T
enía razón Fidel Schiavone. A
mucha gente le cambiaría la vida
ese domingo.
L
a historia de los hombres que apo-
yaban a Federico Cantoni eran his-
torias comunes de gente común.
No se trataba de grandes intelectuales,
duchos en los debates políticos y en vivir a
costa del Estado.
Eran por lo general gente humilde, hijos de
inmigrantes que se sumaban con todos los
derechos a la vida cívica del país.
Y que actuaban pasionalmente.
Uno de ellos era Fidel Schiavone, un joven
de veinte años
El padre de Schiavone, Pablo, vino con su
mujer, María Palermo, a fines del siglo XIX y
se radicó en Rosario, provincia de Santa Fe.
Los Schiavone tuvieron cuatro hijos varones
y cuatro mujeres. Uno de ellos fue Fidel que
nació en Rosario, el 2 de abril de 1900.
L
as vueltas de la vida, en el mismo
barco que venían los padres de Fidel,
nació una niña que sería prima suya
y con la que terminaría casándose varios años
después.
En Rosario, don Pablo se instaló con una
peluquería, que después fueron dos o tres. Su
hijo, Fidel, estudiaba. Y de vez en cuando
—sólo de vez en cuando— ayudaba a su
padre en la peluquería, con poca vocación y
menos constancia.
A Fidel había dos cosas que le apasionaban:
la política y las mujeres.
En 1.920 don Pablo se radicó en San Juan,
para trabajar en una bodega. En aquellos
años, buena parte del vino sanjuanino se des-
pachaba a Rosario y de ahí las conexiones
entre las dos ciudades.
San Juan crecía y las oportunidades eran
muchas.
C
uando llega a San Juan, Fidel se
incorpora al radicalismo y se enco-
lumna con el sector intransigente,
El domingo 20 estaba
previsto un gran almuerzo
Fidel Schiavone tenía 20 años y hacia poco
que había llegado a San Juan. Era un
ferviente seguidor de Federico Cantoni.