Viernes 10 de febrero de 2017
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adaptarnos a lo que querían, a sus necesi-
dades y tratar de acercarnos con amor. Ese
es nuestro carisma. Aunque no sabíamos
hablar, a los pocos días de haber llegado ya
jugábamos a la pelota y a la cuerda. Cerca
de la parroquia había una congregación de
hermanas ruandesas, ellas tenían un ca-
risma muy lejos de la educación de los jó-
venes. Cuando nos vieron jugar dijeron
“estas hermanas están locas, ¿cómo es
que una religiosa va a ponerse a la altura
de los chicos para jugar?”.
—¿Tiene algún recuerdo especial de
esos primeros años en Ruanda?
—Los primeros contactos con la gente nos
marcan para toda la vida. Por ejemplo, oír
un idioma totalmente diferente al nuestro y
que no entendíamos nada, ni siquiera po-
díamos comprender los gestos. Cuando el
sacerdote nos presentó en la iglesia la
gente aplaudía, se reía, nos miraban, ha-
cían el grito que hacen para expresar su
contento y nosotras no entendíamos nada.
Fue un freno enorme al primer momento.
Allí en Ruanda es imprescindible aprender
el idioma. Luego también lo que nos im-
pactó mucho fue el vivir en una colina, no
se podía ir a almacén a comprar, hay que
hacer kilómetros hasta la ciudad. Y llega-
mos cerca de navidad. Quisimos hacer una
torta para festejar entre nosotras y no había
ni huevos, ni azúcar, nada donde comprar.
Fueron pequeñas experiencias que nos fo-
guearon en la elección que hicimos, pero
nos confirmaron en la decisión de servir al
Señor con los medios que teníamos.
—¿Por qué las trasladaron de Ruanda al
Congo?
—Había una guerra, muy fea, que comenzó
en el año 90 y terminó con el genocidio en
Ruanda en el año 94. Fueron cuatro años
de guerra, que se fue intensificando, de gra-
vedad, hasta que finalmente terminó con el
genocidio, que dejó millones de muertos
entre las dos tribus que estaban en con-
flicto.
—¿A ustedes las persiguieron?
—No, pero tuvimos que ponernos a salvo
por prevención antes de quedar expuestas
en las zonas más graves de guerra. Por
eso las superioras nos llamaron con urgen-
cia desde Roma, diciendo que abandonára-
mos cuanto antes el país porque la cosa
era muy grave. En 8 o 10 días la cosa ter-
minó muy mal desgraciadamente.
—¿Cuándo se fue al Congo siguió traba-
jando con jóvenes?
—Sigo trabajando con jóvenes, ahí tene-
mos las obras más estructuradas, tenemos
muchos colegios primarios, secundarios,
con muchísimos chicos y chicas. La dificul-
tad más grande para nosotros es el pago,
con eso pagamos el sueldo de los maes-
tros. Pagar cada mes se hace muy difícil.
Hay muchos chicos que no van a la es-
cuela porque no pueden pagar, para ellos
hacemos jornadas completas de educa-
ción. Ahora nos hace sufrir mucho la falta
de dinero para las obras.
El dinero que reciben, ¿de dónde viene?
—Nosotras presentamos proyectos a orga-
nismos a través de una ONG que tenemos
las salesianas que se llama VIDES, que
quiere decir voluntariado internacional para
la educación del niño y de la mujer. Elabo-
ramos proyectos y los presentamos. Si a
través de eso conseguimos colaboración el
proyecto se realiza, sino no. Pero vivimos
siempre con la mano tendida. Cuando
vengo a San Juan recibo ayuda de la
gente, es una gota de agua en las necesi-
dades que hay, pero algo es algo.
—En el Congo, ¿cuáles son los principa-
les problemas sociales?
—Para la juventud, que es la población con
la que trabajamos, la dificultad es que
quiere abrirse camino y no puede por no
tener dinero. Es una dificultad enorme, por-
que hay un montón de jóvenes que no tie-
nen nada que hacer, están abandonados
en la calle. El gobierno no tiene planes para
ayudar a jóvenes pobres, el sector social
no tienen ninguna atención, si hay algo es
esporádicamente cuando se preparan elec-
ciones. Sería ideal trabajar para que la edu-
cación primaria sea gratuita. Es una
discusión para nosotros, porque por un
lado quisiéramos cumplir 100 por ciento el
lema de Don Bosco, que es educación para
la juventud pobre y abandonada, pero ten-
dríamos que tener dinero.
—¿Tienen dificultades relacionadas a la
cultura?
—Por ejemplo, en el Congo, está la convic-
ción de que cuando hay alguna desgracia
en la familia es porque algún miembro tiene
la culpa y la culpa se la dan a un niño. Allá
la muerte no tiene explicación natural, sino
que es provocada por otro. Consultan a los
adivinos, hechiceros, hay mucha gente que
se dice católica y tiene esta creencia. En-
tonces, si hay una niña en la casa de la fa-
milia, empiezan a decirle que es una bruja,
hasta que la ponen en la calle. Nosotros te-
nemos una casa donde recogemos estas
nenas y nos ocupamos de ellas.
—Entre otras prácticas, ¿siguen con la
mutilación genital femenina?
—Sí, pero no todo el Congo, sucede en las
tribus más primitivas. Ahora, todos los va-
rones reciben la circuncisión, sin excepción.
Con eso indican la pertenencia absoluta a
la República Democrática del Congo y cada
uno a su tribu. Pero a veces las cosas se
complican también para los muchachos,
muchas veces lo hacen cortando la piel con
un vidrio. Nosotras luchamos muchísimo
para que eso no se haga las nenas, hace-
mos reuniones de padres, los padres son
gente dispuesta a colaborar, formarse,
vamos despacito, tratando de crear otra
mentalidad para el respeto del cuerpo.
—¿Cómo hacen para compatibilizar el
mensaje que quieren dar con el respeto
por la cultura y tradición de ellos?
—Tratamos de compaginar las dos cosas,
nosotros nos adaptamos a lo que ellos
hacen, a lo que los jóvenes proponen y en
lo que no se puede, no se puede. Esta es
una tarea que se hace de a poco.
—¿Alguna vez pensó “ya hice lo que
podía hacer acá, vuelvo a Argentina”?
—No, ese pensamiento ni siquiera lo per-
mito. Lo rechazo porque quisiera vivir mi
vocación misionera hasta el final, quemar
todos los cartuchos, los pocos que me que-
dan, por la misión. Ya decidí que me entie-
rren por allá. No creo que otra vez vuelva
por acá, porque ya con 80 años no creo
poder viajar de nuevo para venir dentro de
4 o 5 años. En fin, lo dejamos en manos de
Dios, es quien organiza nuestras cosas.
—¿Que fue lo que encontró en África
que la llenó tanto y le permitió seguir?
—Siento que mi presencia allá es sutil to-
davía. Todos los sectores de la vida son
aptos para que uno haga el bien, basta
quererlo, entonces como yo quiero hacer el
bien, me decidí a estar allá hasta que el
Señor me lo permita.
—¿Qué es lo que más le gusta del lugar
y la gente?
—Si voy por lo que me gusta el lugar no me
gusta, pero tengo que hacerlo porque es
donde me llamó Dios. Nosotros estamos
donde la misión y el deber nos llama,
donde vemos que hace falta nuestra pre-
sencia. Los mínimos servicios que se pue-
dan dar son siempre bienvenidos.
—¿Cuál ha sido la mayor satisfacción
de su trabajo allá?
—Mi mayor satisfacción está en los pobres,
en ver como los pobres me buscan, a
veces no puedo hacer nada por ellos, por-
que no tengo dinero, otras veces mucho,
según como la providencia me ayude, y la
comunidad me lo permita. Esa es mi ale-
gría más grande, compartir y estar con los
pobres, y sentirme una más entre ellos.
“
”
Allá la muerte no
tiene explicación natural,
sino que es provocada por
otro. Consultan a los
adivinos, hechiceros.
Entonces, si hay una niña
en la casa de la familia,
empiezan a decirle que
es una bruja, hasta que
la ponen en la calle.
“
”
El lugar no me gusta,
pero tengo que hacerlo
porque es donde me llamó
Dios. Nosotros estamos
donde la misión y el deber
nos llama, donde vemos
que hace falta nuestra
presencia
Desde la década del ochenta, las
monjas salesianas trabajan inten-
samente en África y realizan impor-
tantes obras en el continente.