revoluciones_y_crimenes_politicos_en_sanjuan - page 188-189

—¡Matalo!
Pocos médicos querían a Cantoni pues este les había obligado a pagar altísimos derechos para
poder ejercer la profesión.
No obstante, el doctor Rodríguez hizo oídos sordos y atendió al gobernador
herido.
Aun se seguía combatiendo en la Central de Policía y en el Consejo General de Educación, que
estaba defendido por un grupo de cantonistas que, enterados de los sucesos, llegaron sin armas pero
encontraron en el local un verdadero arsenal.
Atrincherados en el edificio y disparando desde las ventanas, entre estos bloquistas estaban
Largacha, Varesse, Sancassani,
Muriel y un joven que luego sería gobernador peronista: Eloy P. Camus
Había alguien más: el cura Juan Videla Cuello.
Este cura era uno de los personajes más famosos de San Juan en aquellas décadas. Pasaba del ser-
món al discurso en la tribuna política o en el comité.
Aquel día de la revolución de 1934, Videla Cuello había estado defendiendo el local del Consejo
de Educación. Hasta que ya fue imposible mantener las posiciones.
Cuentan que resultaba pintoresco ver al sacerdote vestido con su sotana, caminando al atardecer
mientras agitaba un pañuelo blanco, señal de que se rendía.
A las 20 y cuando la lucha había decrecido en su intensidad, en medio de la oscuridad entró a la
ciudad el general Jones con el 15 de Infantería. Dos toques de clarín se escucharon, en medio de la
expectativa generalizada.
Jones pidió hablar con el jefe de los revolucionarios, Correa Arce. Luego entró a la Casa de
Gobierno y pidió la entrega de las armas.
Aldo Cantoni y sus seguidores fueron sacados con custodia
mientras los revolucionarios festejaban.
Al día siguiente, Federico Cantoni fue trasladado a Mendoza pues en San Juan su vida corría serio
peligro.
A propósito, se cuenta que uno de los jefes revolucionarios quería que esa noche lo mataran a
Cantoni con una inyección letal. Juan Maurín se opuso terminantemente y eso le salvó la vida.
Treinta muertos e innumerables heridos fue el saldo. La provincia fue intervenida una vez más y
los revolucionarios fueron detenidos hasta que se sancionó la amnistía.
—El hermano de Mulleady.
Aunque no públicamente, era evidente que los disidentes bloquistas apoyaban a los revoluciona-
rios.
En la siesta, el aspecto de la ciudad era el de un campo de batalla, atronado por la descarga de
fusiles y la explosión de bombas. Los revolucionarios se habían apoderado del Colegio Nacional desde
donde disparaban a la Central de Policía, ubicada en Tucumán y Santa Fe. También atacaban el Cuerpo
de Bomberos, desde la esquina de Tucumán y Córdoba, la comisaría Primera, ubicada en Mitre y Alem
y la Segunda, en Jujuy y 9 de Julio. En esta última comisaría la lucha era feroz. Los efectivos policiales
defendían el sitio mientras eran atacados desde un negocio ubicado en la esquina de enfrente donde los
revolucionarios habían hecho trincheras con bolsas de harina. Tras una larga lucha la comisaría cayó.
A todo esto, Aldo Cantoni se comunicaba telefónicamente con el jefe del Regimiento, general
Ramón Jones.
—Le pido general que envíe sus hombres inmediatamente, la situación es caótica.
—Lo siento doctor, pero no puedo intervenir hasta recibir órdenes superiores.
Los escuchas en la Central Telefónica, tomaban nota de la desesperación de Aldo y sonreían.
La sorpresa que se llevó el médico Rodríguez Riveros, apodado
“el
Mascapiedras”
debe haber
sido muy grande cuando vio entrar a su casa a Federico Cantoni herido, que era ayudado por el pe-
riodista García Córdoba quien luego cumpliera una gran trayectoria en Buenos Aires, en el diario Clarín.
Ocurre que tanto el doctor Rodríguez, como su esposa de apellido Laspiur, eran anticantonistas.
Cantoni estaba herido en la cabeza y en la cadera.
Aseguran que Rodríguez escuchó más de una
vez el consejo:
Revoluciones y crímenes políticos en San Juan
Juan Carlos Bataller
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En la Av. 9 de Julio y Jujuy estaba ubicada la
Comisaría 2da. También fue tomada por los
revolucionarios después de una lucha que
se prolongó por varias horas.
Desde el Banco Italo Argentino, situado en la
esquina de Mitre y Gral. Acha, se mantuvo fuego
cruzado sobre la Casa de Gobierno, situada a
media cuadra. El cantón revolucionario estuvo a
cargo del Dr. Alberto Graffigna y desde la azotea
del mismo, se destruyó el tanque de agua del
edificio gubernativo.
En el local de este mercado, ubicado en Tucumán
y Córdoba, se estableció otro de los cantones
revolucionarios que mantuvo prácticamente
inmovilizado al Cuerpo de Bomberos y a la
Central de Policía. En la puerta del mismo,
encontró la muerte el Sr.
Manuel Ferrándiz, al
estallarle una bomba en su mano, cuando se dis-
ponía a arrojarla a un coche policial que había
podido salir de la central sitiada.
Una de las salas del piso alto de la Casa de
Gobierno, muestra los destrozos causados en
paredes y muebles por las balas de los
revolucionarios, que, desde la Plaza 25 de Mayo,
hicieron fuego nutrido sobre el edificio.
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