Juan Carlos Bataller
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Los primeros en llegar al lugar pudieron ver el cuerpo, tirado sobre la
vereda y apoyado en la pared, casi en la esquina de las calles Ecuador
(hoy Sarmiento) y Laprida.
No pudieron menos de horrorizarse.
-¡Le han destrozado la cabeza!
Efectivamente, la cabeza del mandatario estaba deshecha a golpes, efec-
tuados sin duda por un objeto muy contundente.
Y para que la escena fuera aun más macabra, los asesinos habían dejado
parte de la masa encefálica en el interior de la galera del mandatario, la
que colocaron al lado del cadáver.
Los legisladores fueron convocados de inmediato.
Esa misma mañana del 13 se reunió la Legislatura y repudió el hecho.
Se dispuso el traslado de los restos a la Casa de Gobierno, para que se
velasen durante toda la noche por una guardia de gran parada y que el
entierro se realizara el día siguiente a las 8 de la mañana.
El paso siguiente fue analizar la situación provincial.
San Juan había quedado sin gobernador.
Tras un corto debate se nombró gobernador interino al jefe de Policía y
amigo personal de Videla, don Benjamín Bates. Qué mejor que el jefe
de Policía para investigar un caso que se presentaba difícil.
Uno de los hombres más ricos de la ciudad
El muerto no era cualquier persona.
Era el gobernador de la provincia.
Pero además, un político de larga trayectoria.
Valentín Videla, a los 53 años, no era un simple gobernador.
Era un político de larga trayectoria emparentado con las familias más
prominentes social, política y económicamente en aquella época.
Estaba considerado uno de los hombres más ricos de la ciudad.
Pero su gran pasión era la política. Y en ese terreno, había ganado tanto
amigos como enemigos.
Su trayectoria había sido realmente larga.
Acompañó a Francisco T. Coll en su interinato en 1860 para detener la
reacción del gobierno nacional de Paraná.
En 1861 fue ministro de Antonino Aberastain, y protagonista de los su-