A
cá estaba.
Parado en plena Plaza 25 de Mayo.
Alado de la estatua de Domingo Faustino
Sarmiento, que desde 1.901 mira hacia la Casa de
Gobierno, ubicada allí, enfrente, apenas cruzando la
calle General Acha.
Dicen que fue Sarmiento el que eligió el lugar para
su estatua.
—Quiero que la construyan ahí, en la plaza, y
mirando esta casa, porque quiero controlar a
todos los que por aquí pasen.
¿Qué diría el viejo en estos días?
Quizás lo mismo que dijo en la última visita que rea-
lizara a la provincia, en mayo de 1.884 para apadri-
nar la nueva Casa de Gobierno, que se inauguraba:
—Acaso San Juan sea la última provincia cuya
tendencia fuese resistir a la absorción que viene
haciendo el poder central de su soberanía. Y la
historia tendrá en cuenta este propósito.
¿El juicio de la historia sería contrario o favorable?.
Sarmiento en su discurso del día 12 de mayo había
hecho un pronóstico, que encerraba una opinión:
—San Juan piensa que está llamada a iniciar una
gran reacción en toda la República. Pero bastaría
por ahora operarla en su propio seno: hacer efec-
tiva la libertad del sufragio, ser equitativos, justos
para con los otros. Sería mejor corregirse a uno
mismo antes de corregir a los demás. Por el cami-
no que van nuestros partidos, van al abismo...
¡Ah, los sanjuaninos!
Pocas provincias han padecido tanto las pasiones
humanas.
En pocas provincias se han resuelto en forma más
cruenta los desencuentros nacionales.
¿Cuál es la causa de estos arrebatos?
¿Es el clima, con sus temperaturas extremas, con su
viento zonda que afecta los espíritus? ¿Es el paisaje,
dominado por las montañas y el desierto?
¿O todo será obra del hombre, de la historia, de los
hechos y las circunstancias?
Esta fue una de las provincias más beatas de la colo-
nia.
Es lógico que el diablo se sintiera atraido por
hacer de las suyas...
Si el viejo hablara desde su estatua podría contarnos
de personajes que por aquí pasaron.
Diría, por ejemplo:
—Recuerdo a un tal Donoso que vivió en tiempos
que gobernaba Nazario Benavides y yo era un
mozalbete, divertido en pisarle la cola al tigre
desde mi periódico El Zonda.
Donoso era para mí la imagen del diablo. Era, en los
hechos, el dueño de Calingasta. Hombre brutal,
tomaba lo que quería. Conocía al dedillo los pasos
cordilleranos y cuando las cosas se le ponìan mal se
iba a Chile.
Todos le temían. Bebedor, provocador y pendencie-
ro, llegaba a una casa y si le gustaba un chinita,
directamente se la llevaba, aunque fueran muy
jovencitas o estuvieran casadas.
Muchas historias se contaban sobre este hombre que
vivió en tiempos de Benavides. Decían que a las
mujeres las tenía hasta que se cansaba de ellas.
Luego las mataba.
Hubo una moza de apellido Pozuelo, que se resistió
a ir con él. Literalmente, la cazó y se la llevó. Ella lo
despreció.
Cuentan que nunca pudo doblegar a aquella mucha-
cha. La sometió a los mayores vejámenes pero siem-
pre ante la resistencia y el desprecio de ella.
Nadie intervinó, aunque todos sabían lo que ocurría.
De los gritos de ella, de las tremendas palizas, del
sadismo del personaje.
Dicen que un día, tras pegarle con un rebenque, la
muchacha a punto de desfallecer le escupió en la
cara. Fuera de sí, el atroz Donoso tomó un cuchillo y
le cortó los senos.
Antes de morir la mujer alcanzó a decirle:
—Te maldigo...te maldigo hasta mi último aliento.
De igual forma vas a morir...
Pocos días más tarde, Donoso fue hallado muerto,
con su cuerpo atravesado por un cuchillo. Dicen que
se desangró léntamente mientras los caranchos
comían su cuerpo...
S
í, hay pruebas de que el diablo anduvo por
aquí.
Pero también hay explicaciones racionales
para tantas pasiones, tanta resistencia al cambio,
tanta violencia, tantos crímenes.
Acá mismo, frente a la plaza, en la primavera de
1.858, en los calabozos del que fuera el Cabildo de
la ciudad, fue muerto con una bayoneta que le atra-
vesó el cuerpo, Nazario Benavides, el “caudillo
manso” que durante veinte años gobernó la provin-
cia. Una muerte anunciada que sin embargo se con-
cretó estando Benavides indefenso y engrillado, lle-
nando de horror al país.
En esta tierra, una turba incontrolable asesinó al
correntino José Virasoro, gobernador de la provincia,
en su propia casa donde se encontraba descansando
con su esposa e hijos una calurosa mañana de
noviembre en 1860. Dicen que al día siguiente la
gente rehuía la mirada, aterrada de haber sido capa-
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Viaje hacia el pasado
JONES
A modo de prólogo
Sarmiento desde su estatua diría:”Acaso San Juan
sea la última provincia cuya tendencia fuese resistir
a la absorción que viene haciendo el poder central
de su soberanía. Y la historia tendrá en cuenta este
propósito”.