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ces de llegar al crimen para liberarse del forastero
que vino a gobernarlos en nombre del poder central.
En la trágica Rinconada, otro gobernante, Antonino
Aberastain, fue fusilado dos meses más tarde.
En poco más de dos años, tres gobernadores murie-
ron trágicamente.
Otro más, Valentín Videla, lo sería en 1.872, en un
hecho que nunca se aclaró del todo y que para
muchos no pasó de ser un crimen pasional.
Un quinto, Anacleto Gil, quedaría con gravísimas
heridas tras ser atacado a balazos y rematado con un
tiro en la cabeza cuando mantenía una reunión en
casa de su cuñado, Vicente Mallea, ubicada en la
calle Mendoza, entre Mitre y Santa Fé. En el hecho
fue asesinado un ex gobernador, el coronel Agustín
Gómez, que en esos días se desempeñaba como
senador de la Nación.
S
í, San Juan siempre fue
“un caso”
dentro de
la Nación.
Aquí tuvo lugar, en Angaco, la más cruenta
batalla que registra la historia argentina, donde cien-
tos de unitarios y federales murieron como moscas
en pocas horas.
Hubo revoluciones de todo tipo, frecuentes interven-
ciones federales, invasiones.
San Juan representa poco más del uno por ciento de
la población de la Argentina.
Sin embargo, de esta ciudad poblada en su mayoría
por analfabetos en 1816, salió Francisco Narciso
Laprida, el presidente del Congreso de Tucumán,
que nos dio la independencia.
En esta tierra vio la luz, también, Salvador María del
Carril, un adelantado a su época, redactor de la Carta
de Mayo, gobernador a los 24 años y vicepresidente
de la Nación.
Quién podría suponer que de una pequeña aldea
como era entonces San Juan, saliera una personali-
dad tan fuerte y avasalladora como la de Sarmiento,
que llegaría a dejar profundas marcas en la vida
nacional. Sólo estas montañas y este clima cambian-
te, podían parir tanta pasión.
Pero también de este clima nacieron hombres dúcti-
les en las cuestiones políticas a pesar de su forma-
ción científica, como Guillermo Rawson.
N
o, no hay términos medios en este
San Juan.
Quietud o torbellino, calor o frío,
desierto o vergel.
Aquí votarían las mujeres 25 años antes que en la
Nación y se imprimirían periódicos cuando sólo
existían cinco o seis en el país.
Junto con Mendoza fuimos “campo de ejército” en
las luchas libertadoras, aportando bienes, hijos y
pertrechos como ninguna otra región.
De aquellos días en que en nombre del patriotismo y
la idea libertadora que la mayoría no terminaban de
comprender, quizás nos vengan características que
perdurarían durante casi dos siglos:
la resistencia al
cambio, la desconfianza y hasta la descalificación
de lo foráneo, el espíritu de sobrevivencia, la apa-
rente sumisión al poder que se transforma en vio-
lenta oposición, el miedo a perder lo que se tiene
aunque poco valga, la presencia de caudillos...
todo eso es San Juan.
Y es por eso que acá estaba, parado frente a la esta-
tua del viejo que mira a la Casa de Gobierno.
Ocurrió casi sin darme cuenta.
Durante años reuní papeles, diarios, documentos,
libros que hablaran de Amable Jones.
Pacientemente fui transfiriendo a la computadora
toda la información.
Pero eran relatos, fechas, alegatos, certificados, cro-
nologías, testimonios más o menos objetivos, más o
menos creíbles.
La historia no se puede contar sin la gente, sin el
paisaje, sin los personajes secundarios que son los
que van sucediéndose en decenas y cientos de histo-
rias paralelas, enfrentadas, cercanas o lejanas en el
tiempo y el espacio pero que son las que finalmente
explican lo que ocurrió...si es que tiene explicación.
Y
acá estaba, de un modo inexplicable, en la
plaza principal, junto a la estatua del maes-
tro, en este 9 de julio de 1.920.
Los archivos de la historia y sus protagonistas se
abrían definitivamente.
Era hora de saber realmente qué pasó en aquellos
años...
Porque algo tenía muy claro:
el asesinato de
Amable Jones significó una bisagra en la historia
sanjuanina.
A partir de ese crimen, nada sería igual.
La provincia apoyaría a los autores y durante los
siguientes ochenta años jamás avalaría que un
gobierno gestado en las filas del partido al que perte-
neció Jones, llegara al poder por el voto popular.
Este es el misterio que guarda el asesinato de Jones.
Un tema tabú para muchos historiadores.
Pero al que es necesario aplicar el bisturí si quere-
mos desentrañar algunos de nuestros misterios como
sociedad.
J.C.B.
5
JONES
Nazario Benavides
José Virasoro
Antonino Aberastain
Valentín Videla
Anacleto Gil
1,2,3,4,5,6,7,8,9 11,12,13,14,15,16,17,18,19,20,...250
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