E
l doctor Eugenio Doncel recibió el llamado tele-
fónico aquel domingo 20 de noviembre a las 18,
en su domicilio de la calle Rawson 832.
La voz ni siquiera perdió tiempo en saludos.
—¿Doctor Doncel?
—Sí.
—Habla el doctor Varela Díaz, juez del Crimen.
—Usted dirá, doctor.
—Necesito que venga urgente a la Casa de
Gobierno para praticar una autopsia.
Doncel, hombre de 40 años, casado, emparentado
con una familia que supo ejercer el poder en la pro-
vincia, sólo preguntó:
—¿A quién hay que hacerle la autopsia?
—Al gobernador Amable Jones.
El médico quedó unos segundos en silencio. La res-
puesta lo dejó anonadado. Iba a formular alguna pre-
gunta pero ya Varela Díaz se despedía:
—Gracias doctor, lo espero.
El doctor Carlos Albarracín Godoy, tenía 27 años.
Hacía poco que se había recibido de médico y como
era soltero aun vivía en el domicilio de sus padres,
en la calle Mitre 645.
Ese domingo había ido al cine
Un primo le dió la noticia al salir de la matinee:
—Carlos, te necesitan urgente en la Casa de
Gobierno.
—¿Qué pasa?
—Han asesinado al gobernador Jones...
—¿Cuándo? ¿Dónde?
—Al mediodía, en Pocito...
—Pero... ¿cómo ha sido? ¿Quién lo mató?
—Mirá, poco es lo que se sabe. Pero vos te imagi-
narás quienes pueden haberlo matado... ¿no?
Albarracín asintió y se preparó para ir a la Casa de
Gobierno, ubicada sobre la calle General Acha, fren-
te a la Plaza 25 de Mayo.
D
oncel y Albarracín se encontraron en la
Casa de Gobierno con los doctores
Américo Devoto y Alejandro Quiroga
Garramuño, este último médico de la Policía. Un
quinto médico iba a participar también de la autop-
sia, el doctor Jorge Aubone.
Recién a las 11 de la noche comenzó la autopsia del
gobernador Jones.
Los médicos tuvieron antes que atender a otros heridos.
—Pero... ¡a este hombre lo han masacrado!—,
fue
el comentario de Doncel.
—¡Nunca ví algo así!—,
contestó el médico legista.
—Bueno... por algún lado hay que comenzar.
—Si a usted le parece, doctor, vamos a comenzar
por diferenciar las heridas
—Perfecto –dijo Doncel—, acá hay balazos morta-
les, otros que sólo produjeron heridas y sospecho
que incluso hay disparos producidos después que el
doctor Jones muriera.
—Veamos un poco...
En el cuello existe una herida penetrante de bala
de Winchester.
Por encima de la anterior, otra herida de bala que
sale por la nuca, la cual parece que ha sido produci-
da después de muerto.
En la nuca hay otra herida de Winchester que se
encuentra en la parte media del hombro a ras del
pelo.
En la raíz del cuello, del lado derecho, otra herida
de bala.
En la espalda, sobre el lado derecho, una herida
de Winchester.
En el omóplato derecho herida de Winchester.
Del lado izquierdo, sobre el omóplato, también
otra herida de bala.
A igual altura se encuentra otra herida de bala
que atravieza de adelante hacia atrás.
En el brazo izquierdo se ve una herida de bala
recibida desde atrás.
Ambos brazos están quebrados a consecuencias
de las heridas.
El hombro derecho presenta una herida producida
por un fragmento de proyectil.
En el pecho, del lado derecho, hay otra herida de
bala.
La región del hígado por delante de la piel se nota
machucada.
La región de los riñones del lado izquierdo pre-
senta dos agujeros de bala.
En la parte alta de la cabeza hay otra herida.
En el costado derecho una enorme herida desga-
rrada, de más o menos 15 centímetros de diámetro.
Se encuentran rotas las costillas, dejando al des-
cubierto el hígado, los músculos se ven quemados,
dejando al descubierto las vísceras internas.
El pabellón de la oreja derecha está cortado con
instrumento cortante.
—Acá han utilizado una bomba, además de las
armas–,
opinó Quiroga Garramuño.
—¡Qué bárbaros!
A
lgunas horas más tarde, los médicos tenían
las primeras conclusiones.
—Anote, por favor, doctor–,
dijo Doncel
Quiroga Garramuño que había hecho un importante
aporte desde el punto de vista de las armas utilizadas
comenzó a escribir sus apuntes.
—La muerte ha sido producida por heridas de
armas de fuego, por proyectiles de revolver o
revólveres de calibre 38, de pistola automática
cargada con balas blindadas con camisa de cobre
o de bronce – cobre unas y de níquel o algo pare-
cido otras.
El médico se tomó un respiro y prosiguió:
—Hay también disparos de Winchester con balas
blindadas a media camisa de níquel, dejando el
plomo de la mitad anterior sin blindamiento.
—Estaban preparados, los asesinos —, comentó
Albarracín.
—Se ha utilizado también una bomba explosiva
de mano, de gran poder destructor con envoltura
de papel – cartón.
—Todos los disparos de Winchester y Mauser han
sido hechos a una distancia máxima de diez metros y
los de revolver y pistola automática a quemarropa –
apuntó Quiroga Garramuño.
Doncel agregó al informe:
—Salvo la sección del pabellón de la oreja y el pro-
yectil de cuello que produjo una herida exangüe,
todas las demás heridas fueron producidas durante la
vida del gobernador y le ocasionaron la muerte.
—Ahora bien, doctores... ¿Cuál fue la herida cau-
sante de la muerte?
—La de la nuca, que fracturó la columna cervical
vertebral.
—También causaron la muerte las heridas pro-
ducidas por la bomba explosiva y el tiro de
Winchester que bandeó el hemitorax derecho de
2
Domingo
de autopsia
JONES