Juan Carlos Bataller
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Lloveras. Leopoldo prefirió mantenerse al margen.
En esa oportunidad le pregunté a Bravo:
—¿Qué fue para usted don Federico? ¿Lo veía como a un padre?
—No, para mí era un jefe político.
Un hombre seguro
Bravo era un hombre seguro de sí mismo y con el aplomo necesario para
enfrentar situaciones difíciles.
Ivelise Falcioni, cuenta esta anécdota que lo pinta de cuerpo entero:
“La madre de Leopoldo, doña Enoe, fue a saludarme y a conocer al nieto, acom-
pañada por su hija Rosa y una empleada que tenían, Lala.
Por esta muchacha (Lala) me enteré de muchas cosas, para bien o para mal. Era
una chica simple que a veces hablaba de más, que hacía comentarios sin darse
cuenta, sin dobles intenciones, o al menos es lo que parecía.
A través de ella supe acerca de una rumana por la que mi marido había inter-
cedido directamente ante Stalin. Bravo, que con sus modales parsimoniosos
pero firmes no padecía timideces de ningún tipo, le pidió a Stalin que intervi-
niera para poder sacar a la rumana de su país porque quería casarse con ella.
Así de simple.
El tema, a pesar de los años transcurridos y que el episodio tuvo lugar cuando
Leopoldo y yo todavía no nos conocíamos, todavía me intriga. Sin embargo, lo
justifico: él era joven, tendría treinta y tres, treinta y cuatro años, ¡a quién se
le ocurre ir nada menos que ante Stalin con una cuestión así...!
Vaya uno a saber en qué estaría pensando Leopoldo, pero la autorización le fue
concedida, según consta en una nota escrita por Leonid Maksimenkov y publi-
cada en Pravda, el 8 de febrero de 1953, donde se detallan las circunstancias
del encuentro y el diálogo entre el embajador argentino y Stalin. También es-
tuvo presente el canciller Vishinski, Viacheslav Molotov y el secretario que
transcribió el diálogo.
En su momento este encuentro despertó todo tipo de asombros y suspicacias,
porque Stalin —el Generalísimo, como se dirigían a él— no concedía entrevis-
tas a nadie, vivía prácticamente recluido, trabajaba de noche y se rumoreaba
que no se mostraba en público ni se dejaba ver porque estaba gravemente en-
fermo. De hecho, falleció un mes después.
Ernesto Castrillón publicó en el suplemento “Enfoques” de La Nación, un ar-
tículo “Recuerdos de la Guerra Fría. Entrevista con Stalin” que no tiene des-