Juan Carlos Bataller
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En Moscú, Leopoldo no se sentía nada feliz con la deferencia que tenía
el coronel Shatalov, jefe de los astronautas rusos, para conmigo, cada
vez que coincidíamos en eventos oficiales a los que muchas veces tam-
bién asistía la primera astronauta rusa, Tatiana Tereshkova.
Shatalov era indudablemente apuesto y toda una personalidad tanto
dentro como fuera de su país; posiblemente se sintiera atraído por mí,
aunque nunca tuvo actitud alguna incorrecta, fuera de lugar.
Cada vez que Leopoldo veía que el ruso se me acercaba, con cualquier
pretexto se unía a la conversación. Por las dudas. Para marcar territo-
rio.
Un empresario sin éxito
Quién sería durante cuatro décadas el caudillo indiscutido del blo-
quismo y uno de los hombres más poderosos de San Juan,
incursionó
en la vida empresaria sin mucho éxito.
Tuvo una bodega en los años 70 como también otras propiedades. Entre
las marcas que utilizaba en la bodega había un tinto Don Leopoldo y
un blanco Ivelise.
Siempre se dijo que el hombre que lo ayudó en la adquisición de la bo-
dega y lo asesoró fue don Quinto Pulenta, por aquellos años el empre-
sario bodeguero más importante del país.
Don Quinto no sólo fue el padrino del menor de los hijos de Bravo sino
que en su honor este lleva el nombre
Alejandro Quinto.
Cuando don Leopoldo era embajador en la URSS, la gente encargada
de la bodega tuvo problemas ante actuaciones del INV. El enólogo in-
cluso fue detenido. Ante ello Bravo ordenó la inmediata venta del esta-
blecimiento y encomendó a Ivelise que se encargara del tema.
La señora vino a San Juan, se reunió con los Pulenta y otros asesores y
finalmente vendió la propiedad a Dumancich, conocido empresario de
la construcción.
En la embajada con Cantoni
Pero no fue ni la profesión de abogado ni la actividad empresaria la que
marcaron la vida de Bravo. Sus afanes estuvieron dedicados desde joven
a la política.
Empezó a militar en el bloquismo a los 16 años. Pronto, sus estudios