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Los gobernadores de mi memoria
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avanzar en la política. He tenido que luchar mucho y, como siempre
digo, vivir la vida es la mejor batalla, pero sobrevivirla es la mejor vic-
toria. Cuando finalmente nos instalamos en San Juan, no me sentí có-
moda en la casa de la calle Mitre, no la sentía completamente mi casa.
Comencé a tener un contacto más cercano con la familia de Leopoldo.
(…)
Entre tanto encuentro y desencuentro, más de una vez pensé en dejar a
mi marido, aunque finalmente nunca lo hice. No quiero dejarlo a Leo-
poldo ni un momento, y menos hoy, tan debilitado como está. No me
daría el corazón, lo veo muy aferrado a mí, muy dependiente.
Lo que siento es amor, no es lástima, y lo que sé con absoluta certeza es
que no quiero hacerlo sufrir. Estamos juntos desde 1958. A veces bien, a
veces mal.
Una vez, sin embargo, y después de pensarlo mucho, le dije que me que-
ría ir, hacer mi vida. Estos sentimientos siempre eran contradictorios
porque yo tenía conflictos con el hombre, con el esposo, con el padre de
mis hijos, pero no con mi gobernador, el líder político a quien yo había
elegido, había votado para conducir los destinos de la provincia. ¿Cómo
iba a dejarlo solo?, ¿cómo no iba a quedarme a su lado y apoyarlo?.
Yo le daba mi voto no porque fuera mi esposo, sino porque siempre es-
tuve convencida de que sus planes de gobierno eran claramente supe-
riores a cualquier otro.
Esa vez faltó poco para que Leopoldo me amenazara sin piedad; quién
sabe si fue por cariño verdadero, tal vez por amor propio... El estaba
muy orgulloso de la familia que yo le había dado, de sus hijos, y ade-
más... bueno, lleva la sangre de Cantoni, que nunca fue de carácter
manso.
Yo siempre le decía: “debemos avanzar juntos o no avanzaremos jamás;
el bloquismo debe ser siempre la gran empresa familiar, reflejo de lo
que sos vos en espíritu y persona”. Y como ya dije, él era, es y será mi
gobernador, el líder a quien siempre voté. Todo lo demás fue música de
fondo: su empresa era la mía.
(…)
Leopoldo estuvo verdaderamente enamorado de mí y de la política, del
trabajo, cualesquiera que éste fuese; yo fui su compañera, la madre de
sus hijos. Si me cruzaba con algún hombre particularmente apuesto lo
miraba, sí, como se mira cualquier cosa bella, pensaba, “qué buen mozo”
y ahí terminaba la cuestión, porque debo reconocer que fui pispireta y
coqueta.
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