Juan Carlos Bataller
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La segunda
, en 1982, fue designado por los militares, tras cumplir fun-
ciones de embajador en la Unión Soviética y en Italia.
La tercera
fue en 1983 cuando triunfó con gran amplitud en los primeros
comicios tras la restauración democrática. Con Ruiz Aguilar como com-
pañero de fórmula, obtuvo 97.043 votos, casi 24 mil más que el justicia-
lismo que propuso a César Gioja - Pablo Ramella y 45 mil más que la
fórmula radical, a pesar que ésta contaba con la arrolladora presencia
de Raúl Alfonsín. Esta vez permaneció en el puesto hasta 1985, cuando
renunció para ponerse al frente de su partido que acababa de perder las
elecciones legislativas.
Además ganó otras elecciones, llevando como compañero de fórmula
al gremialista Enrique Lorenzo Fernández, pero no pudo asumir por el
golpe militar contra el gobierno de Arturo Frondizi.
Cuando conocí a don Leopoldo
Mi relación con Bravo supo de altibajos.
Es difícil en general la relación de un periodista con un caudillo polí-
tico.
Bravo era un hombre de cultura, de charla agradable, con mucho
mundo recorrido.
Pero era un caudillo en su partido y –en algún momento- también en la
provincia.
Y es muy difícil la relación entre un periodista que quiere ser inde-
pendiente y un caudillo.
Para que nos entendamos.
La figura del caudillo ya existía en la sociedad colonial y descansaba
fundamentalmente en la existencia de relaciones patrón-cliente y en el
establecimiento de lazos de fidelidad y lealtades personales a cambio
de seguridad y determinadas prebendas.
Generalmente, los intereses de la sociedad o de la provincia coinciden
con los del caudillo que la modela.
En ese estado, el personalismo llega hasta reemplazar a la ley y los có-
digos de convivencia.
Aceptar la conducción de un caudillo –sea este militar, social o político-
representa
aceptar determinada forma de dirimir conflictos.
Por ejemplo, como caudillo, jefe partidario y gobernador, Bravo pudo
echar a dos diputadas por “inconducta partidaria”.