Juan Carlos Bataller
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En esa oportunidad Acosta nos llamó y además de expresar su solida-
ridad –por supuesto en privado— nos dijo que la causa había caído en
una jueza que le respondía y que
“va a cajonearla el mayor tiempo po-
sible”.
Su mayor frustración
En esos largos trasnoches que alguna vez compartimos Acosta me dijo
que una de sus mayores alegrías fue cuando se recibió de abogado.
Y la mayor frustración política fue cuando el bloquismo postergó sus
aspiraciones para ser candidato a gobernador, promoviendo la fór-
mula Marata—Sambrizzi.
Este punto fue importante en su historia. Acosta quiso ser candidato a
gobernador en 1.987 y terminó aceptando la vicegobernación como
una
nueva antesala de la gobernación.
Podía aceptar que Gómez Centurión era un mejor candidato en ese mo-
mento por su imagen de independiente, su recordada gestión como
mandatario designado por un gobierno militar y su ascendencia en un
sector del electorado.
—Pero
–argumentaba entre sus amigos—
Marata tiene menos votos
que yo. Y a Sambrizzi se lo conoce por la inmobiliaria, no por su ac-
tuación política.
¿Por qué la cúpula del partido había optado por Marata? ¿Era más con-
fiable para Bravo?
Para muchos, la vida política de Wbaldino, había terminado en ese año,
1.991.
Con un bloquismo desalojado del gobierno, alejado de la voluntad po-
pular y con un liderazgo
–el de Bravo—
en franca decadencia, poca sería
su figuración en los años siguientes.
Había llegado la hora del escobarismo.
Acosta, con su pensión como ex vicegobernador, su estudio jurídico y
las largas charlas de sobremesa para hablar de política, era casi
un ju-
bilado político.
Sin embargo la historia le tenía reservado
el mayor protagonismo de
su carrera.
Mientras los dirigentes se anotaban para cargos en los que pudieran ser
electos, Wbaldino Acosta aceptó ser el candidato a vicegobernador de
la Alianza, acompañando a Alfredo Avelín en una aventura que para
muchos era imposible tuviera final feliz.