Juan Carlos Bataller
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Anécdotas de la política sanjuanina
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La sanción del presupuesto provincial trajo aquel año una
novedad: a los médicos se les fijaba una patente de 5 mil pesos
anuales. Para tener un punto de comparación digamos que ese
año se pagó por la uva 15 centavos por kilo y la consulta
médica se pagaba alrededor de 5 pesos.
La ley preveía una excepción: los médicos que aceptaran tra-
bajar dos horas diarias en forma gratuita en la Administración
Sanitaria, no pagarían la patente. No obstante, en la práctica,
esas dos horas significaba atender 25 pacientes en el consulto-
rio y 5 en el domicilio por lo que quienes se acogían a la cláu-
sula de excepción, no tenían tiempo de atender pacientes parti-
culares.
Los médicos que no pagaban la patente no podían ejercer. Y si
lo hacían eran detenidos y debían pagar una multa que podía
ser de varias veces el valor de la patente.
La ley que establecía la patente tuvo un efecto similar al de
una declaración de guerra.
En ese momento estaban matriculados 56 médicos en San
Juan, entre ellos Federico, Aldo y Elio Cantoni.
Es lícito preguntarse qué podía significar para el presupuesto
provincial el aporte de estos pocos profesionales.
En realidad, el caso no tenía un basamento económico.
Respondía más al duro enfrentamiento que los profesionales de
la salud y los Cantoni sostenían desde tiempo atrás.
En 1923 los médicos habían formado un sindicato cuyas finali-
dades eran “fomentar la solidaridad entre los socios, velar por
la ética profesional, ofrecer una institución técnica a la provin-
cia y ayudar a las sociedades de socorros mutuos con una deci-
dida cooperación”.
Federico no dudó en calificar al sindicato como “una sociedad
comandita para explotar a sus clientes” pues establecía que las
sociedades de socorros mutuos debían considerar como únicos
médicos a los del sindicato y pagarles $1,20 por mes por cada
socio. Además, fijó en 200 pesos el sueldo mínimo de los pro-
fesionales de la salud pública y disponía que los profesionales
debían tener participación en las ganancias en farmacias y
laboratorios.
El caso es que en 1927 el sindicato ya había desaparecido no
sin antes tener fuertes encontronazos con los hermanos
Cantoni a los que descalificó. Son muchos los que piensan que
el episodio no fue olvidado por estos y de ahí la fuerte patente
que les impuso al volver al gobierno.
El caso llegó hasta la Suprema Corte y fue motivo de debate
en el Senado de la Nación.
-En San Juan no se puede ejercer la más filantrópica de las
profesiones, la medicina, por que una patente monstruosa
lo impide –
argumentó el senador Mora y Araujo.
-El
médico no es un mercachifle, es una persona algo
superior a los demás, una persona que hace un sacerdocio
de la medicina. El
médico no debe saber a quién cura, así
sea su amigo o su enemigo político, así tenga o no tenga
dinero. Tiene la obligación de curarlo, porque para eso
hizo un juramento-
, respondía Cantoni.
Cantoni consideraba que en San Juan los médicos eran antipa-
triotas e inhumanos y que sólo buscaban ganar dinero con la
profesión.
-Son enemigos de los pobres. Son capaces de romper la
receta después de hecha si el enfermo no tiene plata para
pagarle. Son capaces de dejar morir a un enfermo sin aten-
derlos si no le pueden sacar dinero. Y son los que hacen