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San Juan
2035
centenar de carros que hacían el transporte habitual de mercaderías con
el puerto de Rosario.
Pero sería con el ferrocarril que la provincia entra en el mundo mo-
derno.
A partir de la llegada del primer tren en 1885 muchas cosas cambian.
Se facilitan las comunicaciones, se abarata el transporte y se modifican
los hábitos de las personas, al convertir el viaje en algo asequible. Pau-
latinamente el acento dejó de ponerse únicamente en el aspecto técnico,
y los convoyes ferroviarios destinados al transporte de pasajeros gana-
ron en comodidad (aparecen los vagones-restaurantes, los coches-
camas), algo absolutamente necesario para los trayectos de largas
distancia.
Con el ferrocarril se desarrolla la industria vitivinícola, cambia la forma
de producir y el sanjuanino de nivel medio se vuelve más cosmopolita.
Pero si bien San Juan deja de estar incomunicado no pierde su posición
de pueblo terminal. En aquellos tiempos ya se escuchaba la frase
: “por
San Juan nadie pasa; es estación terminal”.
La suma del aislamiento, más el desierto, más el monocultivo nos fue
dando un tipo de sociedad que es característico y que se repite en todo
el mundo. ¿O acaso Andalucía en el sur español o Sicilia en el sur ita-
liano no tuvieron a lo largo de su historia características similares a las
nuestras y solo pudieron modificarlas cuando lograron romper ese cír-
culo tan peculiar?
A esto debemos sumar la presencia muy fuerte del espíritu religioso,
tanto de las iglesias tradicionales como de una especie de “espíritu má-
gico”. Los que nos llevó a creer en soluciones mágicas para nuestros
problemas. Así, una promesa podía hacernos aprobar un examen, un
curandero podía ser más efectivo que un médico, un buen año podía
salvarnos a todos económicamente.
Para colmo, nos marcaron las contingencias telúricas y climáticas.
Un sitio donde un terremoto podía destruir todo en contados minutos,
donde el viento Zonda podía transformar el invierno en verano en pocas
horas, donde las diferencias de temperatura entre la siesta y la noche
podían hacernos enloquecer el ropero por no saber qué ponernos.
Así fue naciendo una especie de “fatalismo”, un fenómeno típico de los
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