Juan Carlos Bataller
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Hubo, lógicamente, aplausos para el capitán.
—Encontrándose el pueblo acéfalo —continuó— es preciso designar
quién gobernará.
Ante la sorpresa general, el siguiente orador fue Francisco Narciso La-
prida quien propuso a Mendizábal como gobernador.
Y fue nomás el cuarto teniente gobernador de San Juan, del mismo
modo que lo había sido su cuñado cinco años atrás tras una asonada se-
guida de una votación popular.
Casi dos meses estuvo preso De la Roza. Pero no fue fusilado.
En los primeros días de marzo, Mendizábal le conmutó la condena por
la pena del destierro y lo mandó a La Rioja.
Pero De la Roza hizo un viaje mucho más largo. Siguió hasta Perú, sin
volver nunca a su tierra natal ni reunirse jamás con los suyos.
¡Basta de depender de Mendoza!
Corría enero de 1820 y Mendizábal era el teniente gobernador de San
Juan.
Es cierto que tenía pocos escrúpulos. Pero no era tonto Mendizábal. Ya
era el teniente gobernador. Pero para asegurar el poder tenía que lograr
que Mendoza, capital de la intendencia, reconociera el hecho consu-
mado. Pero sus ambiciones iban más allá: quería la autonomía provin-
cial.
¡Basta de depender de Mendoza! San Juan debía ser una provincia
confederada, con todos sus derechos.
Enterado de que De la Roza había sido depuesto, el gobernador inten-
dente de Cuyo Toribio de Luzuriaga instruyó al coronel Rudecindo Al-
varado que viajara a San Juan al frente de dos compañías de cazadores
provistas de piezas de artillería de campaña para hablar a los revoltosos
“en lenguaje convincente”.
El día 14 Arredondo llegó a Pocito chocando con una guardia sanjua-
nina, a la que no consiguió atrapar.
Siguió viaje y cuando ya se veía el poblado se encontró con el Batallón
número 1 en formación y dispuesto a darle batalla.
Tampoco el pueblo apoyó a Arredondo. Es más, una representación in-
tegrada por Salvador María del Carril y Pedro José Zavalla le pidió que
desistiera de atacar a la tropa sublevada pues todo podría terminar en
un conflicto sangriento.