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Juan Carlos Bataller
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Anécdotas de la política sanjuanina
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—¿Dónde está Justo Pastor Zavalla?—,
fue la pregunta
amenazadora.
—No está—,
fue la respuesta contundente.
Inmediatamente los policías comenzaron a revolver todo.
Abrieron roperos, tiraron libros, buscaron debajo de las camas.
La esposa de Pastor Zavalla, a todo esto, estaba en cama.
—Por favor, revisen todo lo que quieran pero no molesten
a la señora porque tiene un embarazo muy complicado con
amagos de pérdida. No puede moverse de la cama.
Los policías entraron a la habitación y vieron a la señora,
inmóvil sobre la cama, con el enorme bulto de su embarazo
bajo las colchas.
Varias horas estuvieron los policías en la casa de los Videla
Balaguer, esperando que llegara el hombre que buscaban.
A la madrugada decidieron retirarse.
—Díganle a Pastor Zavalla que volveremos
—, aseguraron
antes de salir.
Cuando la puerta se cerró, don Justo salió de la cama. Todo el
tiempo había estado en la casa, escondido entre las piernas de
su esposa embarazada.
(Contado por Raquel
Maurín de Mó)
Raquel Maurín
en una foto de
su niñez junto
a su abuela
Victorina
Lenoir
Sarmiento de
Navarro.
la nena enferma
Y
hablando de escondites, una anécdota similar vivió la
familia Maurín Navarro en los años 20.
Pero lo que en esa oportunidad buscaban los policías eran
armas que, según se afirmaba, tenían guardadas los Maurín en
la casa de la finca de Caucete.
Como era verano, la familia del entonces futuro gobernador
pasaba las vacaciones en la finca. Y el sobresalto fue general
cuando cayó la policía.
Para colmo, aquella noche don Juan no estaba en casa por lo
que doña Victorina Navarro fue la encargada de atenderlos.
Durante horas revisaron la casa de punta a punta.
Mientras
tanto, doña Victorina iba y venía llevando paños con agua fría
que colocaba en la frente de su hija menor, Raquel (que luego
casara con el doctor Fernando Mó).
—La nena tiene mucha fiebre porque tiene sarampión, que
es muy contagioso-,
decía la mujer.
La búsqueda policial fue infructuosa y los efectivos se fueron
como habían llegado.
Fue entonces cuando doña Victorina dejó de llevar paños fríos
a su hijita y sacó las armas escondidas entre las sábanas
(Contado por Raquel
Maurín de Mó)
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