GOBERNADORES DEL SIGLO XIX EN SAN JUAN
Los próceres en carne viva
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banda de bandidos que tan pronto se presentaba en una ciudad y des-
pués de escarmentar a la policía con algunos degüellos, pasaba a sa-
quear las casas de comercio. O aparecía de pronto en las travesías y
asaltaba una caravana, pasaba a cuchillo a los hombres y se apoderaba
del botín.
Cuentan que se hizo amigo del cura Brochero. Ahí habría cambiado y
comenzó a dar a los pobres, haciéndose una aureola
El 26 de julio de 1878 se advirtió al entonces gobernador Agustín Gómez
que Guayama estaba en San Juan y hacia proselitismo por el doctor Car-
los Tejedor para la presidencia de la Nación. Esto ya comprometía a las
autoridades locales.
En el mes de diciembre, cuando Guayama doblaba la esquina de Tucu-
mán y Laprida, en pleno centro de la ciudad, fue reconocido a la dis-
tancia por el jefe de Policía Pedro Cortínez.
Rodeada en el acto la manzana, fue capturado por un piquete de quince
soldados al mando del capitán Mateo cuando se encontraba en la casa
de don Lisandro Lloveras.
—No voy a permitir esto—,
dijo el gobernador Gómez al ser informado.
Inmediatamente se lo intentó detener mientras Lloveras exigía:
—No pueden entrar a mi casa sin una orden de allanamiento...
Se lo llevaron lo mismo a Guayama pese a las protestas y lo alojaron en
el cuartel de San Clemente, donde fue sometido a proceso.
Antes de dos meses, Guayama promovió una sublevación de presos.
Hubo tiros, alboroto y muertos.
Sofocado el motín, vino una orden de arriba:
—Lo fusilan de inmediato.
Así, sin formalidad alguna, fue ultimado el bandolero.
Cuando se le preguntó a Gómez en base a qué ley había ordenado la
ejecución, fue muy directo:
—Hay leyes que hay que escribirlas con la punta de la espada.
La gobernación de Gómez no sólo pasó a la historia por haber matado
a Guayama.
Durante su gestión se reformó la Constitución Provincial
y se creó el cargo de vicegobernador.
Las cosas habían pasado de castaño oscuro y los Constituyentes de 1.878
decidieron ponerle coto.