Juan Carlos Bataller
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¡Cuánta razón tenía el viejo político!
Ya estaba todo dicho.
Han pasado los años y la experiencia me fue demostrando que la opi-
nión pública es más que un fenómeno que estudian las ciencias sociales.
Todos hablan de ella e intentan atraerla. Pero es en vano seducir eter-
namente a tan misteriosa dama casquivana.
Ella transita caminos que nadie ha logrado develar.
Aunque nos ofrece muchos matices, es más homogénea de lo que pa-
rece.
Dicen que se nutre de voces, olores, sensaciones, redes sociales, referen-
tes, pintadas, declaraciones, sentido común, medios creíbles y no creí-
bles, personajes, intuiciones y convicciones.
No es un mundo para espontáneos
pero tampoco un ámbito para eru-
ditos que no conocen madrugadas.
La dama casquivana sabe más de lo que se cuenta.
No cree todo lo que se dice ni deja de prestar oídos a cuanto rumor cir-
cule.
Y cuando ya todos callan
, ella habla
.
Es entonces cuando el hombre común queda asombrado porque sus pa-
labras se escuchan en los grandes salones y en los patios de tierra.
Y, como dice Serrat, nos quedamos sentados sobre una calabaza, sin
saber qué pasa.
Aquel domingo de 1983 me quedó en la memoria el abrazo de Américo
y una frase.
-Gracias por el esfuerzo, muchachos. No es culpa de nadie. No era
nuestro tiempo.
Américo volvió con su mujer a Buenos Aires.
Mucha agua había corrido bajo el puente y el país ya no se planteaba
los temas del desarrollo. Otras “prioridades” habían ganado la política.
Sólo 5 mil sanjuaninos le dieron su voto...
La vejez
Varias veces lo visité durante mis viajes a la Capital.
Ya no eran cuestiones políticas las que nos unía sino el afecto y el placer
de escuchar a un hombre que dominaba tantos temas.
Nuestras cenas con Américo y Beatriz podían prolongarse hasta bien
entrada la madrugada pues los dos eran grandes conversadores y aman-