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cluida la piscina, el bar y el restaurante.
En las calles los panoramas son totalmente distintos. Además
del silencio o el bullicio, son diferentes los logotipos de los co‑
mercios (de un lado fabricado con polímeros caros, luminosos,
del otro con plástico barato), los jardines, los carteles de señala‑
miento (casi todos destruidos en el lado mexicano), la ropa de la
gente, el estado de los vehículos…
Pero lo que más llama la atención son los edificios de Migración
y Aduanas.
Del lado Mexicano hay decenas de funcionarios que toman té o
café mientras charlan con sus cortes de parásitos, el aire acondi‑
cionado pocas veces funciona, se superponen decenas de voces.
Uno pasa la frontera y se encuentra con una sala silenciosa, con
aire acondicionado, muy limpia donde sólo se advierte la pre‑
sencia de dos funcionarias, una de Migraciones y otra de Adua‑
nas, una máquina de rayos x que controla los equipajes y
policías que no se ven en el lugar y que sólo aparecen en escena
si se presenta algún problema”.
Vamos a agregar otros detalles para que se entienda la situa‑
ción.
Si uno los mira desde el aire, observa
que ambos Nogales con‑
forman una misma mancha en medio del desierto.
Sólo los se‑
para una gran muralla levantada con chapas. Tan cercano un
pueblo del otro como estaban los dos Berlín separados por el
muro.
La frontera es ese pequeño edificio con sus puertas de cristal
que es la Aduana norteamericana y que, pasaporte mediante,
permite acceder en pocos minutos a un mundo nuevo e infinita‑
mente mejor.
¿Cuál es la diferencia entonces?
La cena de los jueves