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res en los que no se cocina
. O en los que a lo sumo se hace un
asado cada tanto o se tira un bife a la plancha.
Y no estamos hablando sólo de
hogares pobres.
Hay madres –y padres también, por qué no‑ que se alimentan y
alimentan a sus hijos con fiambres.
Un pedazo de pan con algunos mates puede ser la cena en un
hogar pobre.
Unas papas fritas o un “hot dog” puede ser la comida del chico
de clase media.
Poco es lo que cambia.
En la Argentina hay pobreza, nadie lo duda.
Pero hay también una creciente
mala educación
.
Se han perdido pautas culturales que costará mucho recuperar.
Con el argumento que
“no tengo plata”
hay familias en las que
faltan alimentos pero alcanza para el vino.
Con el argumento que
“vengo cansado/a del trabajo”,
hay
otras casas en las que se les dice a los chicos
“andá al carrito de
la esquina y comprate un pancho y una coca”.
Con el argumento de que
“no tengo tiempo”
muchas madres
evitan dar de mamar a sus hijos,
con lo que le quitan un ali‑
mento insustituible.
No hay dudas: el mejor plan de salud es el que hace hincapié en
la prevención.
Y prevención significa educar.
Es más importante educar a una mamá sobre cómo alimentar a su
familia que dar un plato de comida en un comedor comunitario.
Una casa donde no se cocina no es un hogar.
Es simplemente
una vivienda.
Si ya en miles de casas sanjuaninas no se cocina, el problema es
grave
y las consecuencias las veremos en los próximos años.
La cena de los jueves