109
–¡Qué triste!
Las azafatas comenzaban a retirar el servicio e Ignacio se man‑
tuvo en silencio.
Confieso que la introducción me había llenado de curiosidad.
Tras entregar la bandeja fui yo quien reinició el tema.
–No me dirás que Lucas tiene problemas con la droga…
–No. No consume drogas ni alcohol.
–Bueno, me dejas más tranquilo.
–Lucas es homosexual.
Lo dijo bajando la voz. Como si se tratara de una gran confesión
ante un amigo querido.
A Lucas lo recordaba como un chico adorable que a los 13 años
se fue a estudiar al Colegio Militar. Tras completar sus estudios
se radicó en Buenos Aires, donde se recibió de abogado, como
su padre.
Ignacio siempre hablaba de Lucas.
–¡No saben como espero que se reciba para que se foguee un
par de años en el estudio que heredará más adelante!–
decía
Ignacio a sus amigos.
Los años pasaron y Lucas logró su título.
Pero no se radicó en San Juan. Recién lo hizo tres años más
tarde, ya con 27 años.
Vino con un colega, José María, de su misma edad, quien tam‑
bién comenzó a trabajar en el estudio de Ignacio.
Dos lindos chicos. Correctos, educados, buenos jugadores de
tenis.
Pronto tuvieron su círculo de amigos, su grupo de chicas que
los pretendían, el trabajo en el estudio, las diarias visitas a Tri‑
bunales.
Como ocurre siempre, pasaron a ser parte del paisaje ciudadano
La cena de los jueves