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o rengo a César, o jetón a Olivera o chiquito a Jorge Leónidas
Escudero, o grandote a César Ruiz Bustelo o pelado al Fonzi Ve‑
lasco,
ninguno se sentirá ofendido
. Entramos en esas catego‑
rías. Como me río cuando un nieto me dice
panzón
.
Tampoco es descalificante que a uno le digan turco, gringo o
judio. Al contrario.
Distinto es el caso cuando se trata de ofender y se llama
“negro” al de clase baja. O se usan en política términos como
miope, mogólico o autista.
En una palabra, dejemos de embromar con lo
“políticamente
correcto”.
Dejemos de creer que cambiando las palabras se modifica la si‑
tuación.
¿Qué quiere que le diga?
Ami me sigue encantando que me corte el pelo un
peluquero
en lugar de un
coiffeur
o un
estilista.
Sigo admirando a mis maestras y amo llamarlas “señorita” en
lugar de
trabajadoras de la educación.
De mi paso por la universidad recuerdo con mucho afecto a los
docentes y a los no docentes y me parece de terror que ahora a
estos últimos se los llame
“personal de apoyo universitario”.
Y me indigna que a los delincuentes se los llame
“personas en
conflicto con la ley”.
Como dijo Serrat
: “niño, deja de joder con la pelota”.
Juan Carlos Bataller